Santa Cena.Luis Tristán.Siglo XVI.Museo del Prado. Madrid.
Evangelio:
En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo: «Escuchad otra parábola:Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: Tendrán respeto a mi hijo. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: Éste es el heredero; venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos».Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
Mateo 21, 33-43.
Comentario:
En la parábola de los viñadores homicidas, Jesús aparece con plena conciencia de su misión redentora. Él se sabe el hijo del dueño de la viña, el último que Dios Padre envía, porque ya no tiene nadie más que mandar. Por último, les mandó a su hijo diciendo: «Tendrán respeto a mi hijo». Él se sabe el Hijo único, que viene a salvar a los hombres. La parábola transmite la hondura del drama de la Redención. El hombre, perdido por el pecado, apartado de Dios, sólo busca su propio interés. Se olvida de que la viña no es suya, de que tiene dueño. El hombre es arrendatario de unos bienes, de los cuales tiene que rendir cuentas. Su vida, sus cualidades, su dinero, su tiempo, su vida entera le vienen de Otro, que es creador y dueño de todo. Al hombre le cabe la dicha de ser obrero en esta viña del Señor, nunca propietario que dispone a su antojo.Dios sale al encuentro del hombre de múltiples maneras. Entre otras, pidiéndole cuentas de lo que no es suyo. En vez de recapacitar, aquellos viñadores mataron a los mensajeros. Quien nos recuerda nuestras obligaciones, incluso cuando lo hace en nombre de Dios, enviado por Dios, resulta molesto, y hay que quitarlo de en medio. Al ver al hijo se dijeron: «Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia». Es una historia que se repite en todas las épocas, también en la nuestra. A muchos les molesta Dios, y sus mandamientos, y la Iglesia que nos lo recuerda. Matemos al mensajero y, acallada su voz, podremos continuar disfrutando de los frutos de la viña, que no es nuestra, sin que nadie nos moleste. Dramática paradoja. Así ha ocurrido históricamente. Somos realmente herederos de la herencia filial de Jesucristo, pero no por la mala voluntad de los viñadores homicidas (entre los que nos encontramos todos los pecadores), sino por la gran misericordia de Dios nuestro Padre. Lo hemos matado entre todos, echándolo de la viña. Él ha cargado con los pecados de todos, y en el amor del corazón humano del Hijo de Dios se ha reciclado la maldad de los hombres, alcanzando para ellos el perdón abundante de Dios. Ha prevalecido el amor del Hijo sobre el odio de los viñadores homicidas. También esos viñadores son llamados a la conversión, y podrán recibir el perdón y la misericordia de Dios. Podrán recibir la herencia, aunque hayan matado al heredero.
+ Demetrio Fernández, obispo de Tarazona
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