La buena lectura: Una vida con Karol

Quien fuera secretario personal de Juan Pablo II, Stanislaw Dziwisz, repasa aquí, junto con el vaticanista Gian Franco Svidercoschi, los casi 40 años que estuvo al lado de Karol Wojtila, primero en Cracovia y luego en Roma. Una vida con Karol está dividido en dos partes –la de los años polacos y la de los años romanos– y 35 capítulos, muy breves, de unas cinco o seis páginas cada uno, que se leen en un suspiro.
Quizá una de las cosas que más impresiona del libro es todo lo que se cuenta en tan pocas páginas; y lo que más sobrecoge, la visión de conjunto de esos 40 años que Dziwisz compartió con Juan Pablo II.

De los años polacos se transmite, en toda su crueldad, el clima de presión continua impuesto por la dictadura comunista: campañas feroces de la prensa, pancartas y manifestaciones “espontáneas” bajo las mismas ventanas del cardenal Wyszynski y del arzobispo Wojtyla, acusados de ser enemigos del Estado polaco y nostálgicos del nazismo; los boicots a las celebraciones religiosas, el empeño por eliminar a Dios de la vida pública y aun de la privada, los intentos de crear divisiones entre los obispos… Lo peor es constatar que, por desgracia, todo suena muy actual. Nihil sub sole novum, que dice el Eclesiastés…

Al futuro Papa le divertía, a veces, la estrecha, continua y en ocasiones burda vigilancia de que era objeto. Reconocía los coches oscuros de los servicios secretos, y cuando, al salir del Arzobispado, se los encontraba, saludaba a sus ocupantes a través de la ventanilla… y a veces incluso los bendecía. “Mis ángeles custodios”, solía decir.

Cuando rindió su primera vista como Papa a su país natal, las autoridades dieron orden a la televisión de que sólo ofreciera encuadres de cerca, para que los espectadores no pudieran apreciar la cantidad de gente que había acudido a recibirle. Asimismo, se ordenó que sólo aparecieran en pantalla sacerdotes, enfermos y personas mayores: nunca niños ni jóvenes. Cuando volvió a Roma, el régimen comunista… ¡destruyó el papamóvil! ¡Estaba empeñado en borrar cualquier rastro del paso de Juan Pablo II por el país! En palabras de Svidercoschi, “la historia se había tomado una revancha clamorosa de quienes estaban convencidos de poder eliminar a Dios de la vida de los hombres”.

En Una vida con Karol no hay sólo recuerdos y anécdotas; también hay espacio para la reflexión, para lo que pensaba Juan Pablo II sobre el comunismo, el marxismo. Sobre la falacia del “comunismo con rostro humano”, la “catástrofe antropológica”, el “largo invierno del totalitarismo” que se abatió sobre tantos países de Europa. Y sobre el sufrimiento que le produjo ver cómo, poco después de lograr la libertad, muchos, asustados, retrocedían voluntariamente a lo conocido, a la izquierda marxista.

En un plano más espiritual, tenemos también sus meditaciones sobre la santidad (“No es difícil ser santo”, “la santidad está abierta a todos”, “basta, simplemente, con cumplir cada día con la voluntad de Dios”), la trascendencia de la fe –porque la Iglesia no es una ONG–, la importancia de la mujer, la cultura como fundamento del desarrollo integral de la persona y raíz del ethos de un pueblo, la indiferencia religiosa y, cómo no, el personalismo, el valor único de todo ser humano, la defensa apasionada de su dignidad.

La posición de Juan Pablo II, y la de la propia Iglesia, no es una “tercera vía” entre la derecha y la izquierda; se mueve en otra dimensión, “al servicio del hombre”, y critica y llama a corregir las manifestaciones de los distintos sistemas políticos que se muestran incompatibles con el proyecto de Dios para la Humanidad. En ese contexto aparecen aquí también críticas contra el capitalismo, por no haber logrado la desaparición de la injusticia y el sufrimiento.

Dzsiwisz da cuenta asimismo de los intentos de acercamiento de Juan Pablo II a las otras Iglesias y religiones, de sus repetidas peticiones públicas de perdón, de sus viajes; del dolor que le produjo la negativa de los políticos europeos a incluir una referencia a las raíces cristianas del Viejo Continente en la Constitución de la UE; de su permanente optimismo (“¡El mundo puede cambiar!”, repetía incansable) y de su firme determinación de cumplir con sus deberes para con la Iglesia y para con el hombre.

Como no podía ser menos, Una vida con Karol aborda el atentado que sufrió Juan Pablo II en 1981. Solemos contemplar las imágenes de aquella visita del Papa a Alí Agcá en la cárcel de Rebibbia como prueba de la redención del segundo ante el amor y el perdón del primero; pero don Stanislao nos aparta un poco de esa impresión un tanto idílica. Agcá era un asesino profesional que sabía muy bien lo que hacía, y cuando apuntó y disparó no le cabía duda de que el Papa moriría. De hecho, su primera pregunta cuando éste fue a visitarle fue: “¿Por qué no está usted muerto?”.

Agcá no encontraba explicación racional al hecho de que su víctima siguiera viviendo; es más, estaba angustiado, obsesionado por la existencia de fuerzas poderosas que lo superaban, que él no conocía y que habían impedido que las cosas siguieran su curso. Ahora podían vengarse de él. “La diosa de Fátima”, como él decía.

El criminal quería hablar con el Papa, sí, pero sólo para sonsacarle sobre esas “fuerzas” que le atemorizaban. Nunca jamás le pidió perdón. Cinco veces en cuatro páginas repite don Stanislao, con dolor e indignación, que Agcá jamás pidió perdón a Juan Pablo II.

Por lo que hace a las enfermedades y dolencias físicas de Su Santidad, Dziwisz asegura que, durante “ese largo e ininterrumpido martirio”, nunca perdió el humor (“Santidad, será una operación sencilla”. “¿Sencilla para quién?”). Aquel intento fallido de impartir la bendición Urbi et Orbi pocos días antes de morir se nos aparece con una carga emotiva aún más dramática cuando leemos que Juan Pablo II se había preparado con sumo cuidado para la ceremonia. Pero finalmente no pudo hacerlo: le falló la voz, se quedó sin fuerzas. Entonces dio paso a la resignación: “Hágase tu voluntad… Totus tuus”.

En sus últimos momentos se despidió de todos y, como siempre, se nutrió de las Escrituras. Don Stanislao llega, al final, a preguntarse: “Y ahora, desde el otro lado, ¿quién le acompaña?”. Me atrevería a dar una respuesta: le acompaña, claro, Dios, puesto que, como anunciara monseñor Sandri, “ha vuelto a la Casa del Padre”. Y le acompaña, le sigue acompañando sin duda, él, monseñor Dziwisz. Y le acompañamos nosotros, esos millones de personas que le quisimos y le seguimos queriendo desde este otro lado de la Casa del Padre.

STANISLAO DZIWISZ: UNA VIDA CON KAROL. La Esfera de los Libros (Madrid), 2007, 248 páginas.

Juan-Mariano de Goyeneche, www.libertaddigital.es

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