Blas de Lezo y Olavarrieta (Pasajes, Guipúzcoa, España, 3 de febrero de 1689 – Cartagena de Indias, Colombia, 7 de septiembre de 1741), almirante español conocido como Patapalo, o más tarde como Mediohombre, por las muchas heridas sufridas a lo largo de su vida militar, fue uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada Española, y al mismo tiempo uno de los mayores desconocidos.
Sintió desde bien pequeño la llamada del mar. En 1701, se enroló como guardiamarina en el buque insignia de la flota francesa que dirigía el conde de Toulouse. Tres años más tarde, tuvo oportunidad de recibir su bautismo de fuego en la batalla naval de Vélez-Málaga, donde una bala de cañón le hirió de gravedad teniéndole que amputar sin anestesia su pierna izquierda. Este terrible hecho no le apartó de la Armada y su comportamiento audaz le valió el ascenso a alférez de navío.
Posteriormente, participó en otros capítulos de la Guerra de Sucesión donde se enfrentaban españoles y franceses con ingleses y holandeses. En el sitio de Tolón, una esquirla de cañón le arrebató su ojo izquierdo y, en el segundo asedio de Barcelona producido en 1714, una bala de mosquete le inutilizó el brazo derecho. Todas estas severas mutilaciones originaron que sus hombres le aplicaran diferentes apelativos como Patapalo o Medio hombre, que acompañaron al bravo marino vasco a lo largo de su carrera profesional. En este tiempo, y con menos de 30 años de edad, ya estaba considerado uno de los mejores militares españoles alcanzando la graduación de capitán de navío.
En 1723 recibió la misión de limpiar las costas del Pacífico de piratas y corsarios, tarea que cumplió con eficacia extrema. Dos años más tarde, se enamoró de doña Josefa Pacheco de Bustos, con quien se casó en Lima, Perú. En 1730 regresó a España convertido en general de Marina, para acto seguido asumir el mando de seis navíos con el encargo de reclamar a la República genovesa dos millones de pesos pertenecientes a la corona española. No sólo consiguió la preciada fortuna, sino que también obligó a los italianos a rendir homenaje a la bandera española so pena de ser cañoneados desde el mar.
En 1732 capitaneó la expedición militar que reconquistó la perdida ciudad de Orán. Y, en ese sentido, cabe ser mencionada su intrépida persecución sobre el buque insignia del pirata argelino Bay Hassan, quien buscó refugio en la bahía de Mostagán. Despreciando el peligro, Blas de Lezo y sus buques entraron a fuego sobre las defensas piratas logrando una gran victoria con el hundimiento del buque berberisco.
Pero es sin duda su magnífica defensa de Cartagena de Indias (Colombia) lo que le inmortalizó para los anales de nuestra historia naval. En 1737, fue nombrado Comandante General de aquella plaza, centro neurálgico de la presencia española en América. En 1739 estalló el conflicto bélico entre Inglaterra y España conocido como la guerra de “la oreja de Jenkins”. Las pretensiones inglesas pasaban por asestar un golpe definitivo y humillante a los españoles arrebatándoles puntos clave de sus posesiones americanas. Para ello abastecieron la flota más impresionante jamás vista, muy por encima de la Armada Invencible que Felipe II había enviado contra Inglaterra en 1588. La expedición punitiva británica estaba integrada por 186 buques de guerra y transporte en los que se distribuían 10.000 tropas de asalto, 12.600 marineros y 1.000 macheteros jamaicanos. Estos efectivos estaban apoyados por 2.620 piezas de artillería. Frente a ello, Blas de Lezo apenas contaba con 2.230 soldados del ejército más 600 arqueros indios traídos del interior.
Durante 67 días, los españoles aguantaron el cañoneo incesante de los buques ingleses dirigidos por el almirante Vernon. Rechazaron el ataque terrestre ocasionando innumerables bajas al enemigo, hasta que, finalmente, su tenacidad y la excelente dirección de don Blas hicieron retroceder la ofensiva inglesa ocasionando su retirada de aquel escenario. La derrota se digirió mal en Londres, donde en principio creyeron que su ejército había obtenido una resonante victoria. El propio rey Jorge II ordenó que no se escribiera nada sobre lo acontecido con el consiguiente e injusto soterramiento histórico.
Por su parte, Blas de Lezo quedó maltrecho tras los combates muriendo poco después en un incomprensible y poco honroso olvido, aunque a título póstumo se le otorgó el marquesado de Ovieco. Hoy en día ni siquiera sabemos dónde se hayan sus restos mortales y eso que su éxito propició que España mantuviera más de 60 años intacta su actividad marítima y comercial con las colonias americanas. No obstante la memoria de este indiscutible lobo de mar quedó representada en diferentes navíos como la fragata del tipo F-100 que en la actualidad lleva su nombre.
Posteriormente, participó en otros capítulos de la Guerra de Sucesión donde se enfrentaban españoles y franceses con ingleses y holandeses. En el sitio de Tolón, una esquirla de cañón le arrebató su ojo izquierdo y, en el segundo asedio de Barcelona producido en 1714, una bala de mosquete le inutilizó el brazo derecho. Todas estas severas mutilaciones originaron que sus hombres le aplicaran diferentes apelativos como Patapalo o Medio hombre, que acompañaron al bravo marino vasco a lo largo de su carrera profesional. En este tiempo, y con menos de 30 años de edad, ya estaba considerado uno de los mejores militares españoles alcanzando la graduación de capitán de navío.
En 1723 recibió la misión de limpiar las costas del Pacífico de piratas y corsarios, tarea que cumplió con eficacia extrema. Dos años más tarde, se enamoró de doña Josefa Pacheco de Bustos, con quien se casó en Lima, Perú. En 1730 regresó a España convertido en general de Marina, para acto seguido asumir el mando de seis navíos con el encargo de reclamar a la República genovesa dos millones de pesos pertenecientes a la corona española. No sólo consiguió la preciada fortuna, sino que también obligó a los italianos a rendir homenaje a la bandera española so pena de ser cañoneados desde el mar.
En 1732 capitaneó la expedición militar que reconquistó la perdida ciudad de Orán. Y, en ese sentido, cabe ser mencionada su intrépida persecución sobre el buque insignia del pirata argelino Bay Hassan, quien buscó refugio en la bahía de Mostagán. Despreciando el peligro, Blas de Lezo y sus buques entraron a fuego sobre las defensas piratas logrando una gran victoria con el hundimiento del buque berberisco.
Pero es sin duda su magnífica defensa de Cartagena de Indias (Colombia) lo que le inmortalizó para los anales de nuestra historia naval. En 1737, fue nombrado Comandante General de aquella plaza, centro neurálgico de la presencia española en América. En 1739 estalló el conflicto bélico entre Inglaterra y España conocido como la guerra de “la oreja de Jenkins”. Las pretensiones inglesas pasaban por asestar un golpe definitivo y humillante a los españoles arrebatándoles puntos clave de sus posesiones americanas. Para ello abastecieron la flota más impresionante jamás vista, muy por encima de la Armada Invencible que Felipe II había enviado contra Inglaterra en 1588. La expedición punitiva británica estaba integrada por 186 buques de guerra y transporte en los que se distribuían 10.000 tropas de asalto, 12.600 marineros y 1.000 macheteros jamaicanos. Estos efectivos estaban apoyados por 2.620 piezas de artillería. Frente a ello, Blas de Lezo apenas contaba con 2.230 soldados del ejército más 600 arqueros indios traídos del interior.
Durante 67 días, los españoles aguantaron el cañoneo incesante de los buques ingleses dirigidos por el almirante Vernon. Rechazaron el ataque terrestre ocasionando innumerables bajas al enemigo, hasta que, finalmente, su tenacidad y la excelente dirección de don Blas hicieron retroceder la ofensiva inglesa ocasionando su retirada de aquel escenario. La derrota se digirió mal en Londres, donde en principio creyeron que su ejército había obtenido una resonante victoria. El propio rey Jorge II ordenó que no se escribiera nada sobre lo acontecido con el consiguiente e injusto soterramiento histórico.
Por su parte, Blas de Lezo quedó maltrecho tras los combates muriendo poco después en un incomprensible y poco honroso olvido, aunque a título póstumo se le otorgó el marquesado de Ovieco. Hoy en día ni siquiera sabemos dónde se hayan sus restos mortales y eso que su éxito propició que España mantuviera más de 60 años intacta su actividad marítima y comercial con las colonias americanas. No obstante la memoria de este indiscutible lobo de mar quedó representada en diferentes navíos como la fragata del tipo F-100 que en la actualidad lleva su nombre.