En Nazaret se aprecia todavía más la “santidad de la familia, que en el plan de Dios se basa en la fidelidad para toda la vida de un hombre y una mujer, consagrada por el pacto conyugal y abierta al don de Dios de nuevas vidas”. Una reflexión atenta sobre el papel de la sociedad ha recorrido la homilía de la misa que el Pontífice ha celebrado en el Monte del Precipicio, ante miles de fieles. El punto de partida ha sido la Sagrada Familia, un faro para hombres y mujeres de nuestro tiempo llamados a convertir el hogar doméstico en un “lugar de fe, oración, preocupación amorosa por el bien auténtico y duradero de cada uno de sus miembros”. Justamente en la familia, a la que el Estado debe sostener concretamente, cada persona “se considera por lo que es en sí misma y no simplemente como un medio para otros fines”. El resplandeciente ejemplo de María ha ofrecido a Benedicto XVI la ocasión para recordar el papel de las mujeres en la promoción de una “ecología humana” de la que el mundo, y también Oriente Próximo, “tienen una urgente necesidad: un ambiente en el que los niños aprendan a amar y a valorar a los demás, a ser honestos y respetuosos con todos, a practicar las virtudes de la misercordia y del perdón”. Y además, el ejemplo de san José evidencia como “la autoridad al servicio del amor es infinitamente más fecunda que el poder que intenta dominar”. Finalmente, un llamamiento a la paz, también para Nazaret. “Que cada uno rechace el poder destructivo del odio y del prejuicio -ha concluido el Papa- que matan el alma humana antes que el cuerpo.