Los aviones de la Reina
Se habla estos días de aviones. Muchos aviones en las charlas, las tertulias y los papeles. Aviones de las Fuerzas Armadas y de Aviación Civil en los que se desplazan la Familia Real, el Presidente del Gobierno y algunos de sus ministros. Para eso están. Esos aviones -«Phantom» creo que se llaman-, sirven para que el Rey y el Presidente del Gobierno acudan a sus compromisos. No tienen la obligación de dar explicaciones. Sí los ministros, que deben acompañar a su solicitud un documento presupuestario supeditado a su aprobación. Esos aviones están para usarlos, no para abusarlos. La defenestrada ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, abusó de ese privilegio. Le gustan los aviones más que a un tonto una tiza. Siendo consejera de «Aviaco» viajaba de gorra con toda la familia y el servicio doméstico. Alfonso Guerra usó de un «Mystére» para llegar a tiempo a una corrida de la Feria de Sevilla. Eso no es uso, sino abuso. Y no me parece justo que se establezca una diferencia entre los viajes que efectúa el Presidente del Gobierno como tal o como no se sabe qué, porque el Presidente del Gobierno lo es en todas las circunstancias. Todo es cuestión de sensibilidad, de sentido de la prudencia y de comedimiento en el gasto del dinero público. Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar y Zapatero se han desplazado en esos aviones porque tenían y tienen pleno derecho para hacerlo. Y además, porque los aviones no pueden permanecer en un hangar a la espera de una llamada. Si no hay llamada, tienen que volar obligatoriamente, para mantener su seguridad y prestaciones. Pero esa sensibilidad y comedimiento hay que valorarlos. La Reina también utiliza aviones, y mucho más grandes que los «Phantom». El pasado viernes, operaban del corazón al Rey Constantino de Grecia, en Londres. Y se le ofreció, como es natural, un «Phantom» para que estuviera al lado de su hermano. El sábado, la Reina voló a Madrid para acompañar al Rey al acto del Día de las Fuerzas Armadas en Santander. Y lo hizo en otro avión bastante grande. Finalizado el acto del domingo en la capital de La Montaña, el Rey volvió a Madrid, y la Reina, en otro avión grandísimo, se desplazó desde el aeropuerto santanderino de Parayas hasta Londres, para estar junto a su hermano en momentos tan difíciles. Le ofrecieron para todos los vuelos, como es de cortesía, el uso de los «Phantom», pero la Reina consideró que sus desplazamientos entraban en el ámbito de lo privado, y que en tiempos de crisis económica, no era conveniente tirar de derechos y privilegios. Por otra parte, de haberlo hecho, nadie se hubiera enterado, y de saberlo, a nadie le habría parecido una extralimitación o un abuso. La Reina voló en aviones muy grandes. De Madrid a Londres y de Londres a Madrid, en unos aparatos en los que caben centenares de personas y muchos paquetes con zumo de naranja que terminan con el hígado de cuantos los consumen. Unos aviones de una compañía aérea llamada «Iberia» en los que compartió su trayecto con doscientas personas. Y para volar de Santander a Londres, eligió otro avión, aún más grande que los de «Iberia» de una compañía irlandesa de bajo coste que responde al nombre de «Ryanair». En esa compañía, pides agua y la cobran. No lo sé, sensibilidad, comedimiento, oportunidad o como quieran llamarlo. Pero me gusta contarlo. Y me enorgullezco al hacerlo.
Alfonso Ussía.Diario La Razón 1/6/2009