Es una cena íntima. Corre ya el anochecer del jueves 13 del mes de Nisán del año 33 de nuestra era. De acuerdo al calendario de los Esenios, era el día del sacrificio del cordero pascual y de la cena en la cual se recordaba la liberación de la esclavitud de Egipto. El Maestro con sus discípulos compartían la mesa. Junto a ellos un grupo de mujeres, que siempre los acompañaban, estaban atentas en el servicio. Ya se había comentado, como era costumbre, el extraordinario paso por el mar Rojo. Las oraciones y los brindis de rigor acompañaron la ingesta del cordero con las hierbas amargas.De pronto el Maestro Jesús rompe el rito tradicional. Toma el pan, da gracias, lo parte y se lo da a sus discípulos diciéndoles “Esto ES mi cuerpo que se entrega por vosotros”. Luego hizo el mismo rito con una copa llena de vino diciéndoles: “Bebed todos de ella, porque esta ES mi sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados” (cfr. Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,19-20).Notemos el verbo que el Maestro en las dos acciones usa: ES. No dice que el pan y el vino parecen, significan o simbolizan su cuerpo y su sangre que va a ser entregado y derramada en la cruz al día siguiente. Al contrario, ES el mismo cuerpo y sangre, los equipara, los transforma a través de su Palabra (la misma que creó el mundo; cfr Jn 1,1-3) identificándolos consigo mismo.Y junto a este rito inédito, la orden: “Haced esto en memoria mía”. Es la intención de Jesús que su Cuerpo crucificado, muerto y resucitado, continúe siendo el alimento de sus discípulos (cfr Jn 6). Por eso a sus Apóstoles les da esta orden y el poder de realizar el acto que perpetúa su presencia entre nosotros hasta el fin de los tiempos. La Iglesia, fundada en los Apóstoles con el Espíritu de Pentecostés, así lo entendió y practicó desde sus comienzos. El Libro de los Hechos (2,42) nos recuerda que este era uno de los cuatro pilares que mantenían viva a la primera comunidad cristiana. Su nombre puede variar: Fracción del Pan; Cena del Señor, Eucaristía, Misa. Pero más allá del nombre con que se lo identifica, la realidad es la misma: el memorial del Amor de Dios que se hace Sacramento.San Pablo, en su primera Carta a los Corintios, luego de recordar el centro de esta celebración, advierte a los cristianos sobre la seriedad de salvación eterna que debemos tener frente a este tema. “Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11,28-29). Si fueran un pan o un vino común, no habría ningún problema. Lo misterioso y maravilloso es que ese pan y ese vino cambian su sustancia para ser el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado para nuestra salvación, Pan de Vida Eterna.Este domingo celebramos la fiesta de Corpus Christi. Es para agradecer el don, adorar la presencia del Señor y testimoniar frente a todo el mundo que creemos en la Palabra de Jesús y en las realidades que el obra con su poder divino. Por eso, ante Él, toda rodilla creyente se dobla para cantarle alabanzas y loas:
Te adoro con devoción, Divinidad oculta,verdaderamente escondido bajo estas apariencias.A ti se somete mi corazón por completo,y se rinde totalmente al contemplarte.
La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti,pero basta con el oído para creer con firmeza.Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:nada es más cierto que esta Palabra de Verdad. (Tomás de Aquino)
Te adoro con devoción, Divinidad oculta,verdaderamente escondido bajo estas apariencias.A ti se somete mi corazón por completo,y se rinde totalmente al contemplarte.
La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti,pero basta con el oído para creer con firmeza.Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:nada es más cierto que esta Palabra de Verdad. (Tomás de Aquino)