Dies Domini 21 de Junio de 2009

XII Domingo del Tiempo ordinario

Evangelio


Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en la barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
«¡Silencio, cállate!»
El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:
«¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»
Se quedaron espantados y se decían unos a otros:
«¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!» Marcos 4, 35-40

Comentario

Santa Teresita de Lisieux vivió alguna vez la experiencia de creer que se tambaleaba la barca de su vida entre borrascas y con la sensación de que Dios estaba durmiendo, o se encontraba muy lejos. Es la experiencia de la noche oscura, de momentos difíciles donde hasta el cielo parece callar. Son momentos donde sólo la confianza en Dios nos puede sacar de la prueba. Algunos han explicado el pasaje evangélico de este domingo como el lugar donde se desenvuelve la vida del hombre. Tenemos que descubrir lo que decía san Juan de la Cruz, que, a veces, la mayor presencia de Dios es su aparente ausencia: descubrir a Dios en el mar embravecido de la vida.
Vivimos siempre con la sensación de que nos han olvidado todos, en la vida, en la fe, en la Iglesia, en el matrimonio, en la juventud. Dios parece callar. A veces las olas y la barca hacen agua. Son tantos los frentes, tantas las campañas en contra, tantos los intereses de unos y otros por hacernos naufragar, que sólo tenemos un camino, una convicción que nunca falla: Él está en la barca; Él nunca se ha ido, ni se va, ni se irá. Aunque parece callar, aunque se duerma, no se ha marchado, ni está ausente. Sólo los contemplativos, los orantes, descubren que el Señor sigue en la barca, aunque la tormenta parezca que nos hace perder el timón. Él sólo nos pide la fe. Una fe sencilla y confiada en medio de la tormenta, sin perder de vista que hemos de tener los pies en el suelo. Sólo salimos de las crisis personales cuando nos lanzamos a confiar, aunque, como decía san Juan de la Cruz, es de noche.
Recuerdo el encuentro en Roma con los obispos a los que nos habían ordenado en el último año. Un día, cenando con un obispo australiano, me contó que en uno de sus viajes en avión tuvo una experiencia tremenda. El avión parecía que se precipitaba a las aguas ante una tormenta. Hasta los ateos rezaban. Un niño a su lado, tranquilamente, leía un tebeo. No se inmutaba. Algunos gritaban ante la situación angustiosa. Le dijo el obispo al niño: «¿No tienes miedo? Esto se pone serio». -«¡Ah, no!», dijo el niño. «El que lleva el avión es mi papá. Algunas veces nos ha pasado, pero siempre aterriza bien. Al final, ya verá cómo todo ha quedado en un susto».
Una barca como mi vida, como la Iglesia, como mi familia nos tiene que hacer descubrir que la condición que Dios pone es que confiemos en su fuerza y en su poder.
Llevamos el tesoro en vasijas de barro, como decía san Pablo. Sólo existe una salida. Es preciso dar un giro y vivir con otros ojos. No es negar la evidencia; menos aún retirarse a los cuarteles de invierno porque la cosa se ponga fea: es un acto de confianza total en el amor de Dios que está en la barca y nos dice: ¡Hombres de poca fe!, ¿por qué tenéis tanto miedo?¿Cómo no tenéis fe? Y de pronto la paz volvió al mar de la vida. Él está siempre a nuestro favor y esto nos basta.

+ Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres

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