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Fundador, además, de ANV. En 1920, tras un encuentro España-Suecia, un diario holandés se inventó esta expresión para describir el gol marcado por Belauste, el capitán de la selección española.
La furia española, qué frase tan racial. ¿Pero quién fue su precursor? Nada menos que uno de los fundadores de ANV, el partido que ahora cede sus siglas a la más irredenta izquierda abertzale.
Recordemos cómo surgió. Fue en Amberes, el 1 de septiembre de 1920, durante los Juegos Olímpicos. Era el primer torneo que jugaba la selección española de fútbol, que entonces sí pasaba de cuartos de final. Se enfrentaba a Suecia, el rival de ayer en la Eurocopa. El partido transcurría trabado, sobre todo por la dureza del equipo sueco, que había conseguido adelantarse en el marcador. Hasta que, mediada la segunda parte, Sabino Bilbao, jugador del Athletic, se dispuso a lanzar una falta. En el área, José María Belausteguigoitia, alias Belauste, lanzó una voz que recogió en sus crónicas el único periodista español presente en el partido, Manuel Castro Handicap. “¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!”. Así fue. Belauste arrolló a los suecos y entró a la portería con el balón pegado al pecho.
Había nacido el mito. Al día siguiente, un periódico holandés tituló: “La furia española”. Hacía referencia a la forma de jugar de Belauste y al saqueo de Amberes por los Tercios de Flandes españoles en noviembre de 1576, que se conoció desde entonces con ese apelativo.
Unos años después, tras un mitin político celebrado en Bilbao, el precursor de “la furia española” tuvo que elegir la vía del exilio. Un grito de “Muera España”, que se le atribuyó a él, le trajo no pocos disgustos a quien había sido, en la cita amberina, el primer capitán de la selección española que portaba, en su camiseta roja, un león rampante en el pecho. Belausteguigoitia era radical en sus ideas políticas. Abandonó el PNV y pasó a formar parte del grupo que más adelante fundaría ANV, pero, sin embargo, en el fútbol tenía otras convicciones. Es más, después de su exilio, volvió a jugar con España y no acudió a su segunda cita olímpica por culpa de una lesión que finalmente acabaría con su carrera futbolística.
En realidad, José María Belausteguigoitia era un idealista. Noveno hijo de una familia numerosa acomodada, estudió Derecho en la prestigiosa Universidad de Deusto, al tiempo que jugaba al fútbol en el Athletic y aprendía euskara. Su hermano mayor, Federico, había sido compañero de estudios de Sabino Arana y miembro del Bizkai Buru Batzar [comité ejecutivo en Vizcaya] del PNV. Otros dos hermanos suyos también integraron aquel potente equipo bilbaíno formado por futbolistas de todas las clases sociales y en el que destacaba la figura de Rafael Moreno Pichichi, sobrino de Miguel de Unamuno, que da nombre ahora al trofeo de máximo goleador de la Liga Española. Patxo, uno de los Belausteguigoitia, dejó el Athletic para estudiar en París y jugó en el Olympique de la capital francesa, mientras trabajaba al lado de la Premio Nobel Marie Curie estudiando las aplicaciones del radio.
Belauste jugó en el Athletic desde los 15 años y se retiró con 36. Era un gigante para la época. Medía 1,93 y pesaba 95 kilos. Jugaba de medio centro y a veces de delantero. Era un hombre muy religioso, hasta el punto de que, tras una grave enfermedad de su mujer, Lola, -sobrina del pintor Ignacio Zuloaga- viajó a pie y descalzo, desde Bilbao a Lourdes (Francia) para cumplir una promesa en caso de que sanara. Su catolicismo le siguió hasta la muerte. El Papa Negro, el padre Arrupe, seguidor también del Athletic, contó en 1975, predicando en una iglesia de México DF, que, años atrás, en ese mismo templo, había creído ver, en un hombre arrodillado con devoción, la figura de José Mari. Al acabar la misa se acercó a él y, efectivamente, era Belauste. Ambos recordaron anécdotas futbolísticas de tiempos pasados.
En esa misma iglesia -cuenta en su libro Belauste, el caballero de la furia el periodista Alberto Bacigalupe-, el antiguo capitán de la selección española se salió la primera vez que entró. En la consagración comenzó a sonar la Marcha Real y tanto él como su familia, exiliada después de la Guerra Civil, optó por abandonar el templo del Paseo de la Reforma.
Era un futbolista y un político. De ideas firmes. Por eso, la Federación Española de Fútbol estuvo a un paso de denegarle la medalla de Oro de la institución varios años después de su actuación en Amberes. Según publicaba El Heraldo de Madrid, el representante de la Federación Centro, señor Hernández Coronado, lo rechazaba, porque “Belauste se negó a llevar la bandera española en el desfile de los Juegos Olímpicos. Esta declaración promovió un formidable escándalo y varios delegados pidieron que se revocara el acuerdo”.
No era de extrañar la actitud de los federativos. Ni la del propio Belauste que, años atrás, había sido encarcelado en Llodio por participar en una manifestación antiespañola. Fue indultado por el rey Alfonso XIII que, después, le entregaría un par de copas de campeón de España. Sin embargo, José Mari no era un hombre violento, pese a que, en 1910, con motivo de un campeonato de Copa del Rey jugado en Getxo, fue acusado ante un juzgado de Madrid por una presunta agresión con una llave inglesa a un jugador madrileño. La denuncia fue sobreseida.
En 1922, todavía afiliado al PNV, de cuya sección deportiva era responsable, Belauste sufrió el primer incidente que acabó en destierro voluntario. El mitin, el grito de “Muera España” y el viaje a Francia, primero, Argelia, después, y finalmente Sudamérica -Argentina y Brasil-. Intentó conseguir la inmunidad presentándose a diputado en las filas nacionalistas, pero no consiguió el escaño. Dos años después, sin embargo, regresaba a la convocatoria de la selección española para los Juegos Olímpicos de París. España sólo jugó un partido eliminatorio frente a Italia, que perdió, y Belauste no fue alineado. Allí seguía el activo militante político manteniendo su fidelidad a las ideas nacionalistas y a la furia española.
En 1925, José María Belausteguigoitia dejó el fútbol y se instaló en su despacho de abogado en el Arenal bilbaíno. Cinco años más tarde, el 30 de noviembre de 1930, el capitán de la furia estampaba su firma en el documento fundacional de Acción Nacionalista Vasca (ANV), una escisión radical del PNV para “la afirmación efectiva y eficaz de la personalidad nacional del país vasco llamado en euskera Euzkadi y tradicionalmente Euskalherria (sic)”. La Guerra Civil le obligó a exiliarse, con mujer y sus tres hijas, tuvo que optar por el exilio en México, donde ya residían algunos de sus hermanos. Allí prosiguió con sus negocios y su ideario nacionalista. Regresó a Bilbao, ya enfermo, a mediados de los sesenta, donde un presidente franquista del Athletic -entonces Atlético de Bilbao- le impuso la insignia de oro y brillantes del club por sus 20 temporadas como rojiblanco. El precursor de la Furia Española murió el 4 de septiembre de 1964 en México DF. “¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!” y ANV. ¡Quién lo hubiera dicho!
Recordemos cómo surgió. Fue en Amberes, el 1 de septiembre de 1920, durante los Juegos Olímpicos. Era el primer torneo que jugaba la selección española de fútbol, que entonces sí pasaba de cuartos de final. Se enfrentaba a Suecia, el rival de ayer en la Eurocopa. El partido transcurría trabado, sobre todo por la dureza del equipo sueco, que había conseguido adelantarse en el marcador. Hasta que, mediada la segunda parte, Sabino Bilbao, jugador del Athletic, se dispuso a lanzar una falta. En el área, José María Belausteguigoitia, alias Belauste, lanzó una voz que recogió en sus crónicas el único periodista español presente en el partido, Manuel Castro Handicap. “¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!”. Así fue. Belauste arrolló a los suecos y entró a la portería con el balón pegado al pecho.
Había nacido el mito. Al día siguiente, un periódico holandés tituló: “La furia española”. Hacía referencia a la forma de jugar de Belauste y al saqueo de Amberes por los Tercios de Flandes españoles en noviembre de 1576, que se conoció desde entonces con ese apelativo.
Unos años después, tras un mitin político celebrado en Bilbao, el precursor de “la furia española” tuvo que elegir la vía del exilio. Un grito de “Muera España”, que se le atribuyó a él, le trajo no pocos disgustos a quien había sido, en la cita amberina, el primer capitán de la selección española que portaba, en su camiseta roja, un león rampante en el pecho. Belausteguigoitia era radical en sus ideas políticas. Abandonó el PNV y pasó a formar parte del grupo que más adelante fundaría ANV, pero, sin embargo, en el fútbol tenía otras convicciones. Es más, después de su exilio, volvió a jugar con España y no acudió a su segunda cita olímpica por culpa de una lesión que finalmente acabaría con su carrera futbolística.
En realidad, José María Belausteguigoitia era un idealista. Noveno hijo de una familia numerosa acomodada, estudió Derecho en la prestigiosa Universidad de Deusto, al tiempo que jugaba al fútbol en el Athletic y aprendía euskara. Su hermano mayor, Federico, había sido compañero de estudios de Sabino Arana y miembro del Bizkai Buru Batzar [comité ejecutivo en Vizcaya] del PNV. Otros dos hermanos suyos también integraron aquel potente equipo bilbaíno formado por futbolistas de todas las clases sociales y en el que destacaba la figura de Rafael Moreno Pichichi, sobrino de Miguel de Unamuno, que da nombre ahora al trofeo de máximo goleador de la Liga Española. Patxo, uno de los Belausteguigoitia, dejó el Athletic para estudiar en París y jugó en el Olympique de la capital francesa, mientras trabajaba al lado de la Premio Nobel Marie Curie estudiando las aplicaciones del radio.
Belauste jugó en el Athletic desde los 15 años y se retiró con 36. Era un gigante para la época. Medía 1,93 y pesaba 95 kilos. Jugaba de medio centro y a veces de delantero. Era un hombre muy religioso, hasta el punto de que, tras una grave enfermedad de su mujer, Lola, -sobrina del pintor Ignacio Zuloaga- viajó a pie y descalzo, desde Bilbao a Lourdes (Francia) para cumplir una promesa en caso de que sanara. Su catolicismo le siguió hasta la muerte. El Papa Negro, el padre Arrupe, seguidor también del Athletic, contó en 1975, predicando en una iglesia de México DF, que, años atrás, en ese mismo templo, había creído ver, en un hombre arrodillado con devoción, la figura de José Mari. Al acabar la misa se acercó a él y, efectivamente, era Belauste. Ambos recordaron anécdotas futbolísticas de tiempos pasados.
En esa misma iglesia -cuenta en su libro Belauste, el caballero de la furia el periodista Alberto Bacigalupe-, el antiguo capitán de la selección española se salió la primera vez que entró. En la consagración comenzó a sonar la Marcha Real y tanto él como su familia, exiliada después de la Guerra Civil, optó por abandonar el templo del Paseo de la Reforma.
Era un futbolista y un político. De ideas firmes. Por eso, la Federación Española de Fútbol estuvo a un paso de denegarle la medalla de Oro de la institución varios años después de su actuación en Amberes. Según publicaba El Heraldo de Madrid, el representante de la Federación Centro, señor Hernández Coronado, lo rechazaba, porque “Belauste se negó a llevar la bandera española en el desfile de los Juegos Olímpicos. Esta declaración promovió un formidable escándalo y varios delegados pidieron que se revocara el acuerdo”.
No era de extrañar la actitud de los federativos. Ni la del propio Belauste que, años atrás, había sido encarcelado en Llodio por participar en una manifestación antiespañola. Fue indultado por el rey Alfonso XIII que, después, le entregaría un par de copas de campeón de España. Sin embargo, José Mari no era un hombre violento, pese a que, en 1910, con motivo de un campeonato de Copa del Rey jugado en Getxo, fue acusado ante un juzgado de Madrid por una presunta agresión con una llave inglesa a un jugador madrileño. La denuncia fue sobreseida.
En 1922, todavía afiliado al PNV, de cuya sección deportiva era responsable, Belauste sufrió el primer incidente que acabó en destierro voluntario. El mitin, el grito de “Muera España” y el viaje a Francia, primero, Argelia, después, y finalmente Sudamérica -Argentina y Brasil-. Intentó conseguir la inmunidad presentándose a diputado en las filas nacionalistas, pero no consiguió el escaño. Dos años después, sin embargo, regresaba a la convocatoria de la selección española para los Juegos Olímpicos de París. España sólo jugó un partido eliminatorio frente a Italia, que perdió, y Belauste no fue alineado. Allí seguía el activo militante político manteniendo su fidelidad a las ideas nacionalistas y a la furia española.
En 1925, José María Belausteguigoitia dejó el fútbol y se instaló en su despacho de abogado en el Arenal bilbaíno. Cinco años más tarde, el 30 de noviembre de 1930, el capitán de la furia estampaba su firma en el documento fundacional de Acción Nacionalista Vasca (ANV), una escisión radical del PNV para “la afirmación efectiva y eficaz de la personalidad nacional del país vasco llamado en euskera Euzkadi y tradicionalmente Euskalherria (sic)”. La Guerra Civil le obligó a exiliarse, con mujer y sus tres hijas, tuvo que optar por el exilio en México, donde ya residían algunos de sus hermanos. Allí prosiguió con sus negocios y su ideario nacionalista. Regresó a Bilbao, ya enfermo, a mediados de los sesenta, donde un presidente franquista del Athletic -entonces Atlético de Bilbao- le impuso la insignia de oro y brillantes del club por sus 20 temporadas como rojiblanco. El precursor de la Furia Española murió el 4 de septiembre de 1964 en México DF. “¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!” y ANV. ¡Quién lo hubiera dicho!
JON RIVAS, http://www.elmundo.es/