De Caravaggio se ha dicho que fue un revolucionario tanto por su vida turbulenta como por su pintura, en la que planteó una oposición consciente al Renacimiento y al manierismo. Siempre buscó, ante todo, la intensidad efectista a través de vehementes contrastes de claroscuro que esculpen las figuras y los objetos, y por medio de una presencia física de vigor incomparable. Al evitar cualquier vestigio de idealización y hacer del realismo su bandera, pretendió ante todo que ninguna de sus obras dejara indiferente al espectador.
Desde el principio de su estancia romana rechazó la característica belleza ideal del Renacimiento, basada en normas estrictas, y eligió el camino de la verdad y el realismo, realizando sus obras mediante copias directas del natural, sin ningún tipo de preparación previa.
Sus primeras creaciones son fundamentalmente pinturas de género que combinan la figura humana con escenas de bodegón y naturaleza muerta. Constituye un ejemplo emblemático de esta primera etapa creativa El tocador de laúd, donde un joven de belleza feminoide y sensual comparte protagonismo con frutas, flores y una serie de objetos relacionados con la música. En estas primeras obras resulta ya evidente el empleo estético de Caravaggio de los juegos de luces y sombras, si bien el claroscuro sólo sirve aquí como creador de volúmenes y de profundidad, sin añadir a la acción efectos de dramatismo, como sería habitual en las creaciones posteriores del artista.
La cena de Emaús, una de sus obras maestras, caracterizada por suntuosos tonos oscuros, sombras envolventes y haces de luz clara que inciden en puntos determinados, señala el comienzo del período de madurez del artista, quien se decanta abiertamente por la temática religiosa y trabaja por encargo de los grandes comitentes de la época. Algunas de sus obras son rechazadas por el naturalismo con que aborda los pasajes bíblicos, pero no faltan los mecenas laicos dispuestos a adquirir de buen grado aquellos cuadros que el clero no ve con buenos ojos.
A esta época corresponden las dos grandes realizaciones del artista: los retablos de la capilla Contarelli de San Luigi dei Francesi y de la capilla Ceresi de Santa Maria del Popolo, con La vocación de san Mateo y El martirio de san Mateo el primero, y La crucifixión de san Pedro y La conversión de san Pablo el segundo. Son obras, todas ellas, dominadas por una intensa acción dramática, muy estudiadas desde el punto de vista compositivo y en las que se obtienen resultados espléndidos con una gran economía de medios.
En 1606, Caravaggio mató a un hombre en una reyerta y se vio obligado a huir de Roma, adonde, muy a su pesar, nunca pudo volver. Murió cuatro años después en una playa solitaria, aquejado de malaria. En esta última época había pintado algunas obras en las que su dramatismo característico dejaba paso a una gran serenidad.
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