San Rafael Arnáiz Barón
Al llegar a la adolescencia, se revela en Rafael una notable riqueza humana, intelectual y espiritual, que se manifiesta en su talante personal abierto y positivo, y en su profunda sensibilidad que se va desarrollando en inquietudes y en contacto con la naturaleza, la pintura y las demás artes. La armónica integración en su personalidad de este conjunto de elementos con la visión y el sentido cristiano de la vida y de la realidad, hacen cristalizar en él, aún después de haber iniciado la carrera de arquitectura, la vocación monástica cisterciense, por la que opta – según sus propias palabras -: “siguiendo los dictados de su corazón hacia Dios, y el ansia de llenarse de Él”. Así ingresó en el monasterio cisterciense de San Isidoro de Dueñas, el 15 de enero de 1934, presentando como único bagaje personal “un corazón muy alegre y con mucho amor a Dios”.
A partir de entonces parece como que el proceso personal de Rafael se precipitara: sólo le quedan cuatro años de vida, pasados en temporadas alternativas entre la casa familiar y la comunidad monástica, a causa de una diabetes sacarina, manifestada repentinamente a los cuatro meses de su ingreso. La enfermedad le obligó a dejar el noviciado y marcó, con su evolución, las distintas salidas y reingresos, que ponen en evidencia la firmeza de su convicción vocacional y la generosidad de su entrega, hasta morir en la enfermería del monasterio el 26 de abril de 1938.
Pese a la brevedad y el particular desarrollo de su vida y vocación, y como si su evolución espiritual se hubiera realizado a presión debido a esa misma brevedad y a las circunstancias excepcionales, Rafael aparece como la realización plena de la gracia vocacional cisterciense: polarizado por Dios, como lo refleja su expresión característica: “¡ Sólo Dios !” Rafael es testigo y testimonio de la trascendencia y de lo absoluto de Dios. No tanto de un Dios del que se saben muchas cosas, cuanto un Dios experimentado en la propia vida como Amor absoluto. La única aspiración de la existencia de Rafael fue “vivir para amar”: amar a Jesús, amar a María, amar la Cruz, amar su querido monasterio. Esta es la nota sobresaliente de su personal y rica espiritualidad. Su propio sufrimiento, aceptado como gracia de Dios, fue el despojo final que expresó este amor y lo purificó, al preparar a Rafael para la visión definitiva de Dios.
El Hermano María Rafael fue proclamado por el Papa Juan Pablo II como modelo para todos los jóvenes del mundo y, el 27 de septiembre de 1992, fue declarado Beato por el mismo Papa. Fue declarado Santo por el Papa Benedicto XVI el 11 de octubre de 2009..
Hoy sus escritos están traducidos, de forma total o parcial, al francés, inglés, alemán, japonés, portugués y polaco.