XXIII Domingo del Tiempo ordinario

Evangelio
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo:
«Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran diciendo: Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».
Lucas 14,25-33

Comentario

Para muchos ya son Historia las merecidas vacaciones, aunque nos las recuerde el persistente calor que nos acompaña; pero la vida no se detiene, y nos toca despertar de aquel sueño y recuperar el ritmo con coraje. En muchas casas, también en la vida parroquial, se preparan para el nuevo curso, y esto siempre lleva consigo algunos nervios, ciertas inquietudes ante la novedad. Al final, todo se pone en marcha.
Después de oír el Evangelio, os ruego que os situéis entre los que van caminando con Jesús, pensad en sus palabras: «El que quiera ser mi discípulo que posponga a su padre, a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, incluso a sí mismo; que cargue con su cruz y me siga…» Ésta es la condición para ser discípulo. Así, en frío, ¿cómo hubieras reaccionado tú?
Aparentemente, sus palabras plantean una concepción negativa del discipulado, pero no es así; más bien, ha desvelado lo necesario para ser discípulo. Si te marchas, probablemente te lleves una idea falsa, pero, si permaneces y sigues escuchando al Señor, todo el sentido cambia, ya que en el centro de su mensaje está la razón: el amor.
Jesús debe ocupar el primer puesto en el corazón del discípulo, y para eso debe vaciarlo de todo y permitir que entre Dios y lo llene. Ya sabe Dios a quién le pide estas cosas y su capacidad, pero necesita respuestas, disponibilidad de espíritu para cumplir lo que se le pide en cualquier momento que se le llame. La clave para responder positivamente es conocer a Quien te llama, saber de dónde viene la voz, para lograr un desapego interior, una oblación, una autodonación a Cristo, sin lo cual no puedes ser discípulo.
El primero que nos ha dado ejemplo ha sido el mismo Jesús. Él no ha redimido el mundo con bellas palabras, sino con su sufrimiento y su muerte. Nos ha dado ejemplo de llevar el amor hasta el límite. Es ésta su pasión, su entrega por amor que da fuerza a su palabra. Jesús, al establecer la exigencia de la respuesta a la vocación a seguirlo, no esconde a nadie que su seguimiento requiere sacrificio, a veces incluso el sacrificio supremo. En el comentario litúrgico a este Evangelio del próximo domingo, se dice que ser discípulo de Jesús exige una preparación intensa, como la de aquellos que van a construir una casa o comenzar una guerra. Ellos se preguntan por sus posesiones y posibilidades… El cristiano, para seguir a Cristo, se debe preguntar: ¿Cuánto me falta para no poseer nada?;¿qué me separa de la libertad total?
Para seguir a Cristo se necesita renuncia y entrega total, y esto es imposible si no se ama.
+ José Manuel Lorca Planes
obispo de Cartagena

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