II Domingo del Tiempo ordinario

El que quita el pecado

Lo que cuenta Juan evangelista en este relato, pone en evidencia que el encuentro en el Jordán entre Jesús y el Bautista ha dejado, en éste último, una profunda huella. Lo que el domingo pasado escuchábamos como un relato de los mismos hechos y con los mismos protagonistas, narrados entonces por san Mateo, ahora llega a nosotros como el recuerdo de una experiencia que ha marcado profundamente a Juan el Bautista. No era para menos; fue entonces cuando reconoce al Cordero de Dios, al Hijo de Dios -de ambos modos lo identifica-. Con su palabra y con su dedo, como lo suele representar la iconografía cristiana, Juan señala: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Aunque no le conocía, Juan dice quién es Jesús y a qué viene a nosotros. Cuando Jesús aparece en Betania, al otro lado del Jordán, en realidad no había en él ninguna señal de la que pudiera deducirse que se trataba del mismísimo Hijo de Dios: Jesús se presenta como un hombre aparentemente normal, como el carpintero de Nazaret. Sin embargo, por el Espíritu -que por allí aleteaba como paloma- Juan confiesa y da testimonio con gran rotundidad: «Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios». Invita de este modo a contemplar, más allá de las apariencias, el verdadero rostro y la verdadera misión del Mesías.
Al señalar al Cordero de Dios, Juan afirma que algo nuevo está pasando en la relación del hombre con Dios. Pudiendo haber elegido otra figura con más poder y fuerza, elige, sin embargo, la humildad y la dulzura del cordero. Juan muestra así cuál va a ser el proceder de Aquel que ha venido a quitar el pecado del mundo. Al mostrarlo como Cordero, define la naturaleza de su venida: aunque viene de Dios y es de Dios, ha llegado como uno de tantos y dispuesto, eso sí, a ofrecer su vida por nosotros y a tomar sobre sí el pecado del mundo; y de este modo hará posible la salvación. Jesús, pues, con la mansedumbre del Cordero pascual y con la misión del Siervo sufriente realiza la redención universal.
Y en esos instantes de especial inspiración, Juan muestra también cómo va a ser nuestro acceso a la salvación de Cristo. «Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre Él, ése es el que va a bautizar con Espíritu Santo». El Bautismo en el Espíritu Santo es, en efecto, un regalo del Cordero. A diferencia del de Juan, el Bautismo de Jesús no sólo borra el pecado y restaura la relación con Dios, también da la inagotable vida divina. Jesús viene a darnos la gracia de la purificación y la adopción filial. Y nosotros acogemos esa vida nueva en el Espíritu por los sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, en la que comemos al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

+ Amadeo Rodríguez Magro
obispo de Plasencia
Evangelio
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo:
«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre Él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios».
Juan 1, 29-34
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