VIII Domingo del Tiempo ordinario


Todos somos arcilla moldeable por la gracia; pero no sin nuestra libertad de espíritu. La mano artesana de nuestro Padre Dios, que nos moldea a imagen de su Hijo, por la creatividad del Espíritu Santo, nos trabaja por dentro cuando encuentra en nosotros una opción fundamental de vida: la de servir sólo a un Señor. Lo dice Jesús en este texto evangélico: Dios no trabaja en los que apuestan por una doble vida y pretenden servir a dos señores a la vez. Nadie puede servir a dos señores: a Dios y al dinero. Y, por supuesto, se queda sin trabajo, hasta una mejor ocasión, en el corazón de aquellos que han decidido servir al dinero. Quien hace esta opción ha de saber que entra en una espiral de egoísmo que le vuelve esclavo de ese señor que le domina. Quien sirve al dinero, al placer, al lujo…, tendrá bienes, sí; pero siempre deseará más, sus deseos serán insaciables y no le darán tregua: atraparán sus días y sus horas en esfuerzos inútiles, y además no podrán darle algo tan esencial como el futuro. Y lo que es aún peor: si se elige servir al dinero, no se le dejará espacio a la nueva creación que Dios quiere hacer con sus criaturas.
Sin embargo, quien elige servir a Dios, que es la opción propuesta por Jesús, tendrá lo necesario para cada día, usará con responsabilidad sus bienes y, además, será libre, porque vivirá con plena confianza en el Señor. Con bellas imágenes, habla Jesús de los pájaros del cielo y de los lirios del campo, e invita a ser como ellos. Ambas criaturas se presentan llenas de vida y belleza porque así las mantiene el Padre celestial. Pues bien, con más razón, el ser humano que busca el reino de Dios y su justicia tendrá satisfechos los deseos más profundos de su corazón. De hecho, quien se entrega a las manos creadoras de Dios para que trabaje su arcilla, tendrá la paz de sus deseos. No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia. De hecho, quien confía en Dios sabe que es el afán de cada día donde se forjan su futuro, que es de largo alcance: la vida eterna.
Jesús invita, por tanto, a mantener con perseverancia una opción clara y decidida por Dios: Amar a Dios sobre todas las cosas. Todo lo demás será secundario, y estará orientado, guiado, ordenado por ese amor primero. Es más, en la vida de los que ponen su confianza en el Señor se abrirá, en un continuo desarrollo, una espiral de amor. Quien vive en el amor de Dios y su reino aprende a ser, además de libre, generoso. De hecho, el más generoso es siempre el que elige para vivir la fuente del amor, que es Dios mismo. Y de ese modo, su vida se convierte en un argumento a favor de Dios.

+ Amadeo Rodríguez Magro
obispo de Plasencia

Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan, y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo eso se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia».

Mt 6, 24-34

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