Sólo a Dios adorarás
La sabiduría de la Iglesia ha ido seleccionado los textos del Evangelio de cada domingo, al hilo de los misterios de la fe que celebramos en el año litúrgico. Empiezo diciendo esto porque, como de todos es sabido, hemos llegado a la Cuaresma. Ahora nos vamos a encontrar con unos textos, los del ciclo A, que están pensados y seleccionados desde la época de esplendor del catecumenado, allá por el siglo IV, para que los catecúmenos hagan el camino cuaresmal. Pues bien, ellos son también la inspiración en la que los bautizados hemos de vivir la Cuaresma.
Con los textos que nos encontraremos en todo el recorrido, hemos de entrar en un clima humano y espiritual especialmente denso: humano, porque tocan lo más profundo del hombre; y espiritual, porque es un tiempo para recoger gracias abundantes. Ya lo dice el propio nombre con que es conocido este tiempo: de purificación e iluminación. En él, en efecto, se renueva el ritmo que siguen los catecúmenos en su iniciación cristiana, hasta la plena identificación con el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo. Se entra, pues, en un tiempo que, para los cristianos, es una oportunidad de vivir más intensamente y con una entrega más intensa el seguimiento de Cristo.
El texto que comentamos esta semana relata las tentaciones de Jesús en el desierto. Allí se encuentra con el demonio que le hace todo tipo de sugerencias para que se aparte de la razón de su venida al mundo: hacer la voluntad de su Padre. Tres son las tentaciones a las que el demonio le somete: en la primera, le invita a utilizar su condición de Hijo en beneficio propio, en este caso de su hambre. Pero Jesús le recuerda que la vida depende no tanto del pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. La segunda insiste en que Jesús arriesgue su vida y pong a prueba a su Padre pidiéndole que le salve. Y, para eso, utiliza una cita bíblica, a la que Jesús responde con otra, en la que le recuerda que también está escrito: No tentarás al Señor tu Dios. Y la tercera toca el poder; pero Jesús, que sabe que ha venido a servir, le recuerda a su enemigo que no hay que adorar a nadie más que a Dios. Las tentaciones, sean en el tema que sean, siempre afectan a las relaciones del hombre con Dios.
En las tentaciones de Jesús, se percibe con claridad que la vida cristiana está en lucha continua con el demonio y, por tanto, siempre expuesta a peligros semejantes a estos que hoy comentamos. Este texto del Evangelio es una llamada a reconocer el peligro que, a causa de nuestra fragilidad, representa para nosotros el demonio. Él es el gran instigador de los pecados, que siempre, como hemos podido ver, son una ofensa a Dios mismo, al que debemos amor porque nos ha amado primero. Pero también este texto nos llama a la confianza y a la fortaleza, porque nos enseña cómo se logra la victoria contra la tentación y el pecado.
+ Amadeo Rodríguez Magro
obispo de Plasencia
Evangelio
Entonces, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes».
Pero Él le contestó: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras».
Jesús le dijo: «También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios».
De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras».
Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto».
Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.
Mateo 4, 1-11