XXII Domingo del Tiempo ordinario

Este domingo nos encontramos de nuevo ante una espontaneidad de Pedro. Si, el domingo pasado, fue el primero en tomar la palabra para confesar a Jesús como el Mesías, Hijo de Dios, ahora es también el primero que se opone al anuncio que acaba de hacer Jesús. Es evidente que, entre las dos intervenciones, hay una fuerte contradicción: Pedro confesó a Jesús con criterios divinos (Te lo ha revelado mi Padre que está en el cielo), y ahora reprende a Jesús con criterios humanos. Por eso, no nos ha de parecer desproporcionada y fuera de lugar la reacción de Jesús (Quítate de mi vista, Satanás). En realidad, Pedro se merece la reprimenda: intenta desviar a Jesús de su camino (Tú me haces tropezar), como le había hecho Satanás en el desierto. En descarga de Pedro, no se puede decir que no tenga lógica su reacción. Lo de Jesús sí que no parece lógico; su anuncio tiene la apariencia de un fracaso (Tenía que ser ejecutado). Es verdad que Jesús concluye sus palabras afirmando que resucitará al tercer día; pero hay que reconocer que nada de eso estaba previsto en los criterios mesiánicos de los discípulos y del pueblo. Sólo unos pocos intuían, desde los profetas, y sobre todo desde Isaías, que lo que ha anunciado Jesús está plenamente de acuerdo con el plan salvador de Dios.

Según parece, la dureza de Jesús con Pedro sirve para que, tanto él como los otros discípulos, cambien su mentalidad sobre el Mesías. De hecho, Jesús, tras el incidente, sigue adelante con su discurso. Las siguientes palabras de Jesús son definitivas para todos aquellos que quieran compartir con Él su vida y su misión. El camino del discípulo será como el de su Maestro: es el camino de la vida, de la vida plena, de la vida feliz, de la vida con sentido, de la vida eterna. Se trata de una vida con horizonte, de una vida salvada para siempre por el amor divino de Dios. Pero en ese camino habrá que saber perder para ganar, morir para vivir. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?

Me temo que sigue siendo difícil entender este lenguaje. Hoy, a muchos les parece ridículo que se pueda seguir hablando de exigencia, de renuncia, de sacrificio…, y no sólo a los jóvenes; quizás ellos sean los que mejor lo entiendan. También a muchos mayores les va faltando el horizonte para esos planteamientos de vida. Para el que vive al día, y lo que le importa es vivir a tope, sólo eso es vida, aunque sea pobre y frustrante. Hoy, muchos se escandalizan de la cruz de Cristo y vacilan ante el misterio de la Resurrección, y por eso reaccionan como Pedro. ¡Con qué facilidad muchos católicos afirman que la Iglesia de nuestro tiempo tiene que dar facilidades en cuestiones éticas y morales! Se olvidan de que la confianza en la Iglesia sólo llegará por la radicalidad evangélica de sus miembros y, sobre todo, de sus pastores. Llegará por una fuerte impronta de espiritualidad, en la que morir con Cristo es el camino hacia la Vida plena y feliz.

+ Amadeo Rodríguez Magro

obispo de Plasencia

Evangelio

En aquel tiempo, comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte». Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Aléjate de mí, Satanás. Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios».

Entonces dijo a los discípulos: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta».

Mt 16, 21-27
 
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