Solemnidad de Cristo Rey

Una vez leído el texto evangélico de este último domingo del Tiempo ordinario, que como dijo el Beato Juan Pablo II es una página de cristología, conviene que purifiquemos las imágenes con las que solemos representar a Jesucristo en esta fiesta. En verdad es rey, pero recordemos lo que Él le dice a Pilatos: «Mi reino no es de este mundo». Por eso sobran las representaciones que lo identifican con algunos modelos sociales, que más bien lo desfiguran. El reino de Jesús, como Él mismo nos va a decir, se muestra en la caridad, en el amor de Dios que Él ha venido a mostrar al mundo. Por eso, el rey que hoy celebramos sólo se puede representar con el rostro y la imagen de los pobres, como enseguida veremos. Pero antes acerquémonos a la primera verdad que hoy se nos invita a confesar, tras leer este discurso de Jesús: el Señor vendrá a juzgar a vivos y a muertos, habrá un juicio universal, como confesamos en el Credo. Ésta es la confianza que sostiene, fortalece y alegra nuestra vida. El Señor vendrá, del amor eterno del Padre, para deslindar la verdad de la mentira, la luz de la oscuridad en la vida de cada uno y en las grandes, y a veces terribles, situaciones del mundo. Por fin, la verdad se abrirá camino definitivo y eterno, en medio de tanta mentira y confusión, que hace que muchos hombres y mujeres de bien se pregunten si todo será como el caos y la confusión de ahora, o si habrá un juicio que ponga cada cosa en su sitio y en el que resplandezcan la justicia y el Derecho. Porque, a pesar de que, a veces, no queramos reconocerlo, el juicio de Dios es absolutamente necesario para que la historia tenga sentido y todas las acciones humanas encuentren su verdad objetiva ante Dios.

Hasta que llegue el día del juicio, Jesús nos dice, de un modo claro y exhaustivo, lo que espera encontrar en nuestra vida. Nos examinarán de las huellas que haya dejado nuestro amor a lo largo de todos nuestros días en la tierra. Y nos dice Jesús que será un amor efectivo, real, en el que no cabe ninguna trampa, porque Él mismo se identificará con aquellos a los que le ofrezcamos nuestro amor y servicio. Aquellos con los que Jesús se identifica son rostros reales, vidas reales y problemas muy reales: son seres humanos con hambre, sed y desnudos, forasteros o en la cárcel. En el juicio nos dirá: Yo era aquel al que tu servías; o Yo era aquel ante quien pasaste de largo. Y nosotros le diremos: No me acuerdo, refréscame la memoria.

Si bien los cristianos, porque le conocemos y amamos, hemos de servir al hermano con un encuentro explícito con Jesús, en el juicio lo que importa es que hayamos amado y servido, aunque muchos no lo puedan reconocer ni cuando aman ni cuando desprecian. Por iniciativa propia, en cada ser humano que hayamos amado, Jesucristo mismo se siente amado. Como recuerda el Vaticano II: «Con la Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre». Según lo que en este texto nos dice Jesús, la caridad es la esencia de la vida cristiana. «En una palabra -dice san Pablo-: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor». De ahí que, necesariamente, en el último examen la materia sea el amor. Con mucho afecto he hecho este servicio a lo largo de todo el año litúrgico. Rogad por mi, para que el Señor me lo tenga en cuenta en el elenco de los actos de amor.

+ Amadeo Rodríguez Magro

obispo de Plasencia


 
Evangelio

Dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, se sentará en su trono y serán reunidas ante él todas las naciones. Separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. Los justos le contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber, forastero y te hospedamos, desnudo y te vestimos, enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.

Entonces dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. También éstos contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Y él replicará: Cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo. Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna».

Mateo 25, 31-46
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