Andrés y Juan eran dos idealistas llenos de inquietudes, que buscaban el reino de Dios. Por eso habían ido hasta la ribera del Jordán y seguían a Juan Bautista. Pero, aquella tarde, iba a suceder algo que cambiaría radicalmente sus vidas. Cuando el Bautista les señala al Mesías, inmediatamente siguen sus pasos. Y el Señor, como siempre, toma la iniciativa en el encuentro. «¿Qué buscáis?», les dirá, suscitando aquel diálogo que dio lugar a la aventura de Juan, de Andrés, de Simón y de los otros apóstoles. Andrés y Juan buscaban la felicidad, una vida colmada de sentido, un ideal que les llenara el corazón; en el fondo, buscaban a Dios. Esta búsqueda, tan común en el ser humano, se ha expresado a lo largo de la Historia y se sigue expresando en la actualidad de las más variadas formas. Ellos seguramente sienten curiosidad por conocer a Jesús, pero lo que les interesa sobre todo es plantearle sus inquietudes personales, las preguntas fundamentales de su vida. Por eso le preguntan que dónde vive, a lo que Él responde: «Venid y lo veréis».
Ellos fueron con Jesús, vieron donde vivía y se quedaron con Él aquel día. Cuando el evangelista san Juan habla de ver, no significa la visión material que percibe el exterior de las cosas. Se refiere a una experiencia personal, que engloba el entendimiento y el corazón, el meollo de la persona. Y se quedaron con Él, permanecieron con Él aquel día. Fue aquel un encuentro que cambió enteramente sus vidas, hasta el punto que recordarán para siempre el lugar y la hora. Así comienza la vida cristiana, después de un encuentro personal con Él.
El Papa Benedicto XVI, en la introducción de su encíclica Dios es amor, lo resume magistralmente: «No se empieza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».
Cristo sale al encuentro de todo ser humano para presentarse como Camino, Verdad y Vida, para saciar su sed de felicidad, para llenar de sentido su existencia. Y este encuentro con Él, esta nueva existencia vivida con intensidad y con pasión, suscita un estilo evangelizador, testimonial, convencido y convincente, que dimana de este principio elemental: quien ha encontrado a Cristo no puede reservarse esa alegría y ese tesoro para sí mismo. Sería egoísta no compartir el hallazgo, y, además, es psicológicamente imposible no comunicar una alegría tan grande que ha transformado la vida de una persona. El gozo del encuentro con el tesoro que cambia la vida nos impulsa a compartirlo con los demás. Así lo expresa Jesús en el Evangelio.
+ José Ángel Saiz Meneses,obispo de Tarrasa
Evangelio
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
«Éste es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
«¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo: «Venid y veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)».
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».
Juan 1, 35-42