Jesús comienza su ministerio público proclamando el Evangelio por las tierras de Galilea. Cuando llega a Cafarnaún, el sábado siguiente, entra en la sinagoga, y los oyentes estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Da una gran impresión de fuerza y seguridad. El texto del Evangelio habla, primero, de la admiración de la gente viendo cómo transmite su enseñanza; después, narra su primer milagro, consistente en la expulsión de un demonio. Finalmente, relata el estupor en que todos han quedado sumidos por la autoridad de su enseñanza y por el poder de arrojar espíritus inmundos.
Los escribas y fariseos exponían los contenidos de la Sagrada Escritura y también comentaban e interpretaban los mandamientos, pero, en la práctica, se limitaban a repetir las enseñanzas que los maestros más importantes del pasado habían dictado con sus diversas opiniones, con lo cual su aportación solía ser repetitiva y fría. Jesús, en cambio, partía de la experiencia y de la vida, hablaba al corazón. Ofrece un mensaje diferente, profundo y lleno de sabiduría. Su palabra es directa al interior, penetra hasta lo más profundo y sitúa a la persona frente a Dios y frente a sí mismo. Un mensaje, a la vez, lleno de fuerza y de seguridad. Pero, sobre todo, su autoridad es propia, en cuanto que es el Hijo de Dios, el Santo de Dios, tal como confiesa el espíritu inmundo que es expulsado del poseso. Jesús enseña como quien tiene autoridad, porque es consciente de que, en Él, culmina la Ley y los Profetas, porque Él es el Hijo a quien el Padre le ha entregado todas las cosas. Por eso perdona los pecados que sólo Dios puede perdonar, cura enfermos y resucita a los muertos, somete a los espíritus inmundos y puede perfeccionar la Ley. Novedad en la enseñanza y novedad en la autoridad, la novedad de Cristo que nos ofrece una vida nueva, que hace nuevas todas las cosas.
Los habitantes de Cafarnaún se preguntaron qué era aquello; algo que también el hombre de hoy se ha de preguntar. Es Jesucristo, el Mesías, el Hijo de Dios, que ha venido para que tengamos vida, una vida abundante. Ante Él hay que tomar partido, hay que adoptar una decisión. Como recordaba el gran teólogo Romano Guardini, la esencia del cristianismo «está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concreto; es decir, por una personalidad histórica». Y continúa afirmando: «Jesús no es sólo el portador de un mensaje que exige una decisión, sino que es Él mismo quien provoca la decisión, una decisión impuesta a todo hombre, que penetra todas las vinculaciones terrenales y que no hay ningún poder que pueda ni contrastar ni detener. Es, en una palabra, la decisión por esencia».
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa
Evangelio
Jesús con sus discípulos entran en Cafarnaún y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.
Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar:
«¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».
Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él».
El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos:
«¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundo y lo obedecen».
Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Marcos 1, 21-28
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