Una de las escasísimas artistas gallegas que consiguió verdadera resonancia nacional, puesto que también es una de las muy pocas mujeres españolas que logró primera medalla en la Nacional de Bellas Artes, galardón al que aspiraban todos los plásticos a lo largo del siglo que duraron estos certámenes. Fue la mayor de cuatro hermanos, dos de ellos fallecidos prematuramente. Ella misma no llegó a cumplir los 60 años. Transcurrió su infancia en Villanueva de Lorenzana, donde su padre era farmacéutico. A los nueve años va a Burgos, donde empieza a dibujar y a pintar. Los familiares con los que reside se trasladan a Valladolid cuando la niña tiene once años. Allí dibujará con su primer profesor, José Castrocires. Regresa a Lugo en 1923, participa en actividades artísticas y es becada por la Diputación provincial, para cursar estudios en la Escuela de San Fernando. Profesores como Manuel Benedito, Moreno Carbonero y Adsuara tendrán gran influencia en su estética. Julia Minguillón participa por primera vez en una exposición en 1933, con un retrato, género que cultivó con cierta asiduidad y en el que fue muy desigual, puesto que realizó no pocos de encargo, para una burguesía a la que tenía que halagar. Concurre a la Nacional de Bellas Artes al año siguiente, con una composición religiosa, que es elogiada por Zuloaga, y gana tercera medalla. El cuadro, titulado «Jesús con Marta y María», viaja a Estados Unidos y es expuesto en diversas ciudades. Llega la guerra civil y Julia regresa a Lorenzana, donde permanece hasta diciembre de 1939, fecha en la que contrae matrimonio con el periodista y escritor Francisco Leal Insula, buen poeta y entusiasta de la pintura como demostró en sus etapas de director de Faro de Vigo y de la revista Mundo Hispánico. Más de una vez Julia retratará a su marido, que figura en la composición «Mi familia», muy amada por la artista y que hoy está en el Museo de Lugo, como su obra más querida y de mayor galardón, «La Escuela de Doloriñas». Ese cuadro o escena familiar no es, sin embargo, su pintura más representatova. «La Escuela», sencilla, tierna, magníficamente compuesta, con estructura en diagonales, que equilibra el conjunto de figuras, consigue la primera medalla en la Nacional de Bellas Artes de 1941. El cuadro salta las fronteras de aquella Europa en guerra y se expone en Berlín y en la Bienal de Venecia, en 1942. Su primera gran exposición personal -y realizó poquísimas a lo largo de su vida: solamente tres o cuatro- se inagura en Madrid en 1945. Prosigue su intensa actividad, y en 1948 gana el premio del Círculo de Bellas Artes y es objeto de un homenaje al que asisten gallegos ilustres, como Castro Gil, Prieto Nespereira, Risco y García Martí. En 1949 se traslada a Vigo, ya que Francisco Leal, su marido, ha sido nombrado director del diario Faro de Vigo. Es elegida correspondiente de la Real Academia Gallega. Un año más tarde es jurado de la Nacional de Bellas Artes. Viaja a París en 1952 y en 1953. Realiza exposiciones en Vigo y en Madrid y hace numerosos retratos, alguno de ellos notables, como el de su paisano el escritor Francisco Fernández del Riego, con evidente influencia de Vázquez Díaz, a quien sin duda y a distancia, admira, aunque su línea es más amable y su colorido más suave que el del extraordinario onubense. A Suramérica va en 1958. Vuelve a Madrid, donde reside desde 1961 hasta su muerte. Participa en numerosas muestras colectivas, a las que siempre prestó su concurso. Julia desea alcanzar la Medalla de honor de la Nacional de Bellas Artes, pero se frustran sus aspiraciones. Intermitentemente, y mientras sus fuerzas se lo permiten, continúa pintado hasta su fallecimiento, el 20 de agosto de 1965. La obra de Julia Minguillón figura en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, en todos los de Galicia y en numerosos de provincias en España y en el extranjero. Una amplia y excelente representación, con la obra que le dio la primera medalla, la posee el Museo provincial de Lugo. Hay diferentes etapas y estilos en la obra de esta artista. Retratos, composiciones de figuras, bodegones y paisajes. Probablemente lo mejor son sus paisajes, género que cultivó tardíamente, pero en el que se expresó con la máxima libertad, sin las limitaciones de sus composiciones de figuras, donde hay un excesivo almibaramiento, aunque siempre el dibujo es irreprochable, con alardes de escorzos y cierta tendencia a un decadentismo casi de ballet. Entre los retratos los hay excelentes, claro está; aquéllos que no entrañaban el compromiso, digamos áulico, sino que eran de amigos cuya personalidad queda patente en la pintura. Julia Minguillón poseía una técnica correcta y una paleta caliente y bien entonada. Sus rincones de Galicia, campo, montaña, vida rural, tienen esa sencillez e impronta de lo sentido, de lo auténtico, en verdad emocionantes, con modos impresionistas. La pincelada es larga, tendida, con veladuras efectistas de gran belleza. Cuando se libera del academicismo en que militó casi siempre, es una pintora incluso emocionante.