Joselito, el mayor lidiador de la historia
JAVIER VILLAN/www.elmundo.es
Lo decía un romance viejo que yo le escuché a mi madre por los campos de Castilla, espigando de madrugada. Toreaba Joselito en Madrid, en un agrio ambiente de desafecto. Y se oía una voz: «Ojalá te mate el toro en Talavera el domingo».
Es la terrible piedad ibérica cuando baja del pedestal a sus ídolos. Y seguía el cantar: «La maldición se cumplió de aquel desgraciado hombre, y en Talavera murió el rey de los matadores».
Cien años hace que nació Joselito y hay quien, con la sombra de Belmonte al lado, sigue considerándolo «el rey de los matadores».
Cuando Belmonte se quedó en América, Corrochano le dijo a Gallito que, sin la competencia del trianero, el toreo sería lo que él quisiera que fuese. Cuando José murió, invirtió los términos: «Juan, estás solo. El toreo será lo que tú quieras». Los públicos, ávidos y cruelmente justicieros, se inventaron una rivalidad donde había, fundamentalmente, amistad. Y admiración complementaria. Complementarse, influirse el uno con el arte del otro; lo entendieron así los aficionados más cabales. Y ahí está, por ejemplo, esa peña ejemplar, el gran senado de «Los de José y Juan».
José Gómez Ortega nació en Gelves (Sevilla), el 8 de mayo de 1895.
Descubrió el toreo a los seis años, viendo torear a su hermano Rafael. Es una precocidad fatal que le marcará para siempre.
LOS TENTADEROS.- A los doce años, las ganaderías más afamadas, y más duras, se lo disputan para los tentaderos: Pablo Romero, Miura…
Ahí se asientan los principios de su toreo dominador: Joselito, el mayor lidiador de la historia taurina. Debuta con becerras de Cayetano de la Riva el 19 de abril de 1908. A Madrid llegó en junio de 1912. Y tuvo el soberbio gesto de rechazar los novillos que le tenían preparados para su presentación: por chicos y por falta de trapío. La crítica clamaba al día siguiente: «Ha resucitado Lagartijo». La gloria le llegó a los 17 años, rotundamente, y desde entonces fue ininterrumpida.
Levantaba pasiones en tiempos en que la competencia en las plazas se convertía en encono social, agresivamente social, fuera de ellas entre los bandos enfrentados. A su hermano Rafael lo ponían a los pies de Bombita. Y desde que José se vio torero de alternativa, su obsesión era vengar a Rafael, acabar con Bombita. Una guerra entre bombistas y gallistas que luego trató de trasladarse a un enfrentamiento con Belmonte. Pero pronto se dieron cuenta uno y otro, y sus respectivos bandos, del recíproco enriquecimiento que sus estilos les aportaban.
NACIMIENTO Y MUERTE.- Glorificado muy pronto, mitificado al fin. Y no sólo por la muerte en Talavera de la Reina el 16 de mayo. Mayo, nacimiento y muerte; en ese mes se cierra un ciclo de veinticinco años que llenó un torero portentoso. Maldición para su matador el toro «Bailaor», del hierro de la Viuda de Ortega. José Ortega Gómez, el «rey de los matadores» para muchos. Para Corrochano y para Bergamín, por ejemplo. Bergamín, su ángel anunciador, su profeta lírico y un poco
sombrío. Corrochano, su amigo y su exégeta. El primero le atribuyó en El arte de birlibirloque la suprema inteligencia. Escribió: «Joselito fue un Luzbel adolescente, caído por orgullo de su luminosa inteligencia viva. El fantasma luminoso de Joselito relampagueó de clara inteligencia juvenil mi adolescencia oscura». Todas las virtudes clásicas eran para Joselito: ligereza, agilidad, destreza, rapidez, facilidad, flexibilidad y gracia.
En cuanto a Corrochano, inicia así su desolada crónica de la muerte del genial amigo: «Todo lo que ocurre me parece una pesadilla. Lo he visto y no lo creo. Me cuesta un esfuerzo terrible escribir: a Joselito le ha matado un toro».