XIII Domingo del Tiempo ordinario

Evangelio
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un jefe de la sinagoga, llamado Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva». Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años… Acercándose entre la gente, le tocó el manto… Inmediatamente notó que estaba curada… Se le echó a los pies. Jesús le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz».

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?» Jesús alcanzó a oírlo y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». Llegaron a la casa y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos, y les dijo: «¿Qué estrépito y lloros son éstos? La niña no está muerta; está dormida». Se reían de Él. Pero Él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi» (Contigo hablo, niña, levántate). La niña se levantó y echó a andar; tenía doce años. Quedaron llenos de estupor. Insistió en que nadie se enterase; dijo que dieran de comer a la niña.

Marcos 5, 21-43
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