Es la talla de la imagen, cuya noticia se hace notar ya en 1315, la que da inicio a la leyenda de su aparición. Ella, “Estrella de los mares”, es probable que quisiera arribar a nuestra costa para ejercer su cometido entre las gentes de este Pueblo suyo, del cual habría de ser su Mediadora y Servidora ante su Hijo. Gentes, las más pescadores y marineros; peregrinos de sudores, estelas y espumas salobres; que pudieran encontrar en Ella el consuelo necesario y la firme esperanza de una vida confiada a su amistad e intercesión… Su talla es de la que se entronizaban como protectora a bordo de las naos como “virgen de galeón”, y pudiera ser el pecio feliz y resto preciado de algún navío naufragado, después de haber dado a la costa de estos lugares, en los peligrosos estratos salientes del cretácico. Entre las rocas o arenas de la isla sería encontrado este tesoro, donde habría de tomar asiento sin querer salir de ella, a pesar de la cercana y segura campa del Rostrío, cual si su solitaria isleta fuera nave varada. Aquí su imagen sería la capitana, para acoger y guiar a sus devotos desde hace ya siete siglos.
Hacia sus ojos misericordiosos vuelven los suyos sus hijos de generación en generación, cuando la contemplan serena y majestuosa en su talla desde la que nos muestra a su Hijo que nos preside y bendice, para que se alcancen los dones y promesas que fortalecen… La imagen de la Virgen es de talla gótica (siglos XIII/XIV), y conserva la tradición iconográfica del período románico. Su figura sedente en un sitial bajo, con el Niño sentado sobre sus rodillas en la parte central, mide 55 centímetros. Tallada en madera de una sola pieza, la cara de la Virgen es redonda, con la cabellera negra distribuida en dos guedejas onduladas que le caen sobre los hombros. Su Hijo, bien proporcionado, sostiene en su mano izquierda la esfera del mundo mientras la derecha se eleva en disposición armónica de bendecir. La base del trono de 1,5 cms. de altura es añadido posterior.
Conocemos dos últimas restauraciones bien logradas, que han respetado rigurosamente las características de la imagen: la del gran escultor Manuel Cacicedo en 1956, y la del taller de Rocío Espejo en marzo de 1993.
La ermita y su fundador.
Fue fundada hacia finales del siglo XIV por el caballero Don Gonzalo Fernández de Pámanes, -hijo de Martín-; perteneciente a uno de los más esclarecidos linajes primitivos de Santander. El templo es de una sola nave, con bóvedas de crucería con cinco claves, de un gótico muy tardío, las dovelas están gastadas en los nervios por la erosión de la humedad y salitre. Al picar las paredes encaladas en tiempos del abad y párroco D. Abrahán Arroyo se dejó al descubierto la piedra de mampostería; su suelo está enlosado en piedra. La bóveda está formada por tres cuerpos separados por otros tantos arcos fajones de medio punto que se apoyan en pilares simples. En la parte posterior tiene un reducido coro, sobre el que se apoya la sencilla espadaña.
El sepulcro medieval con la figura yacente del fundador (+1400) está adosado a la pared norte y anteriormente ocupaba el centro de la primitiva ermita, también en ese lado y cercano al altar se encuentra la tumba con la escultura funeraria del canónigo benefactor, D. Tomás Soto Pidal (+1964), labrado por el escultor local Manuel Cacicedo. Dos ventanas y un ojo de buey dan desde la vertiente sur luz al interior. Hay tres retablos, dos laterales -uno a cada lado-, y el mayor desde el que preside la imagen de la Patrona. Al lado de la epístola está una habitación abierta al sur y amplia, dedicada a sacristía.
El primitivo templo está rodeado a modo de forro por un pórtico alto al que se accede desde el gran arco del portalón, que también conduce al templo, habitación baja de entrada y acceso a la escalera del piso superior de dependencias.
Historia y vida.
De la documentación histórica en uno de los libros, existente en el Archivo Histórico Nacional (sección clero), fechada en el último tercio del siglo XVII y que llega hasta mediados del s-XIX, extraemos en síntesis lo más notable. Además de lo ya señalado respecto a su fundador, a finales del s. XIV; se nos muestra que ya en 1467 la villa de Santander cumplía el voto ‘de cada año en costumbre inmemorial’ de su Ayuntamiento, a la Virgen del Mar en la ‘feria segunda después de la pascua del Espíritu Santo’ (solemnidad de Pentecostés), y lo hacía con otros lugares de su bahía que ‘venían a cumplirlo a pie’… Antes, en 1429; una ermitaña servidora del trono de la Virgen en la isla -Juana de las Cavadas-, hace ya una donación al próximo monasterio de Monte Corbán, cuyos frailes jerónimos frecuentaban la ermita.
El pastor de la diócesis urcitana, -primer obispo de la restaurada sede almeriense-, D. Juan de Ortega (1492-1515), habiendo sido nombrado abad de la Abadía de los ‘Cuerpos Santos’ de Santander, quiso iniciar la visita a la Villa en 1506, empezando por su primera y más importante ermita: la de su patrona la Virgen del Mar. Curiosamente la patrona de la ciudad de Almería es también la Virgen del Mar, en la que es seguro algo tendría que ver este obispo natural de Burgos (está enterrado en el monasterio de las ‘Doroteas’ de esa ciudad ‘Caput Castellae’), y cuya representación en la catedral burgalesa se contemplaba en el claustro, en el sepulcro del canónigo Diego de Santander… Las procesiones institucionales a la ermita se hicieron frecuentes y patentes, sobre todo a propósito de las epidemias de peste (1503 e inicios de 1597), a veces con las reliquias de los ‘Santos’ de la colegial, en viajes de ida y vuelta con rogativas y novena.
Hay otra multitud de curiosidades y anécdotas referidas a acontecimientos de visitas, herencias, fiestas y celebraciones, concesiones, ermitaños/as, obras, asaltos, guerras y otras penalidades. Cabe destacar en el ámbito de las visitas, la que realizara la reina Isabel II en 1861, y en la cual quedó grandemente impresionada por el fervor que demostró el Pueblo a su Patrona. De resultas de ella mandó hacer la carretera que desde San Román da acceso al santuario y regaló un precioso manto rojo con brocado de oro… En 1926 se construyó el puente de cemento que hemos conocido hasta el nuevo de 2002.
Historia viva y contemporánea que hemos vivido y que ha quedado fijada con cariño en nuestra existencia, fue el encuentro solemne de imágenes marianas de la diócesis en la ciudad de Santander (plaza de las estaciones), en mayo de 1955; o la arribada de la tripulación de aquella expedición atlántica que capitaneaba el santanderino Vital Alsar en el otoño de 1978, ofreciendo los exvotos de la hazaña que rememoró la ruta de Orellana, acompañados por los miembros del Centro de Estudios Montañeses (Institución de la cual también Ella es patrona). Así mismo el reconocimiento por parte de la Corporación Municipal santanderina de la renovación del patronazgo en los tiempos actuales y postconciliares (acuerdo a 11 de enero de 1979), de Santander y su término; con celebración solemne y misa de pontifical en su santuario presidida por el Sr. Obispo de la diócesis, D. Juan Antonio del Val Gallo, el 10 de junio de 1979.
Más reciente está la fecha de 1993, con la finalización de las obras que arreglaron magníficamente la ermita, a cargo del Ayuntamiento que presidía D. Manuel Huerta, siendo abad del santuario D. Juan José Valero Álvarez; así como también la adecuada restauración de la imagen de la talla, en el taller de Rocío Espejo… Para velar por el cuidado, conservación y difusión del culto a la Virgen se constituyó el 4 de febrero de 1994 la Hermandad de la Virgen del Mar. Un año después -en 1995-, se creó la medalla de oro de dicha Hermandad.
Abogada de las Gentes de la Villa y Ciudad de Santander.
Hemos dejado constancia de ello, desde los tiempos antiguos -tal como consta en 1467- que ya lo era ‘desde tiempo inmemorial’, y por lo cual los devotos y peregrinos de la Villa, se acercaban a celebrarla, no solo en la fiesta anual, sino también en la multitud de ocasiones donde la vida de sus hijos corría grave riesgo a causa de accidentes, graves inclemencias tales como sequías o temporales, incendios, pestes, guerras, asaltos, catástrofes, naufragios y otros desastres; de lo cual daban fe multitud de exvotos y recuerdos que en la ermita-santuario se guardaban como memoria agradecida. Las peregrinaciones, además de la de los santanderinos/as, las hacían para cumplir su voto los de Peñacastillo, Puente Arce, Monte, los vecinos de Soto de la Marina, de otros lugares de la bahía, y por supuesto los de San Román de la Llanilla, así como Instituciones regionales que la tomaron por Patrona, como el Centro de Estudios Montañeses, fundado en 1933; Cronista oficial de la región de Cantabria, asesor y defensor de su patrimonio.
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