Los montañeses comenzaron a elegir México como destino principal de sus incursiones migratorias a partir del siglo XVIII, cuando el puerto de Cádiz sustituyó a Sevilla en el tráfico con las colonias. A pesar de la lejanía del lugar de embarque, muchos cántabros se desplazaron a Cádiz, donde, en la espera, no pocos acabaron por colocarse en las tiendas de aprovisionamiento de los barcos, sin llegar a salir del país. Así formaron un grupo humano característico, los jándalos. Al otro lado del Atlántico, en América, también eran los montañeses los que estaban al frente de las tiendas y del comercio al por mayor con los barcos que partían hacia España, lo que les dio una curiosa relevancia comercial a uno y otro lado de la línea.
En todos los casos, el éxito de los emigrantes cántabros que allí llegaron se sustentó en unas actitudes personales muy características. La primera de ellas fue la laboriosidad. Han sido numerosas las historias en las que el empresario llegó siendo poco más que un niño, para emplearse en el abarrote o la cantina de un pariente y, después de jornadas laborales de sol a sol, acabar durmiendo tras el mostrador o en el almacén.