Fernando VI concede en 11 de julio de 1755 el nombramiento de ciudad a Santander, con lo cual se convierte en cabeza de la región, civil, religiosa y administrativa. El año anterior se había concedido a la villa ser sede episcopal, siendo Papa, Benedicto XIV, y es nombrado primer obispo, Francisco de Arriaza. Es al final del S. XVIII cuando realmente crece la ciudad, rompiéndose las murallas y uniéndose por fin la ciudad de dentro y de afuera, hasta entonces separadas por la huella medieval.