Cantabria en Castilla, ¡que se separen ellos!

Lo que la historia, el tiempo, la cultura, el idioma y la sangre han unido fuertemente entre sí, Cantabria y Castilla, ¿Quién es el osado, y en nombre de qué, va a atreverse a desligarlo?

Miguel Ángel G. Guinea,

13 septiembre 1978 

 Sería extraño y anormal que yo, que he defendido a capa y espada, o si quieren, mejor, para utilizar una imagen menos bélica, con todo mi corazón, el castellanismo de la Montaña, de nuestra querida provincia, callase lo que sin duda los asiduos radioyentes están esperando, conociendo como conocen mi vieja e invariable manera de pensar en este sentido.
 Admitiendo todas las opiniones, pues mi estilo no ha sido nunca ni avasallador ni terco, he discrepado siempre, de una manera total y razonada, de aquellas posturas o pensamientos que han venido defendiendo –no sé si por esnobismo, ganas de trastocar las esencias elementales y las situaciones de hecho, o por convencimiento verdadero (en este último caso tendrían de mi parte un absoluto respeto)- la separación de Cantabria de ese bloque común, viejo histórica y culturalmente, que llamamos Castilla. Yo he sido siempre, y primero, montañés, montañés de pura cepa, nacido en Alceda y entroncado desde siempre en el admirable valle de Campoo. Este hecho real, no me lo puede discutir nadie y, por lo tanto, presumo de ello y me siento con los derechos suficientes, y en la misma medida que cualquier otro santanderino o cántabro, para exponer mi punto de vista en relación con un problema, tan fundamental para nuestra provincia, como es este de la escisión de nuestras tierras de ese otro pedazo entrañable y nuestro –porque lo creamos- que es Castilla. Desde que nací, y aún antes de mi existencia, era yo a más de montañés, castellano. Siempre lo fui y siempre lo seré, hasta que el acontecimiento de mi separación, venga a impedir la posibilidad de mis sentimientos y manifestaciones, y aún así, y aún entonces, aunque yo ya no pueda pronunciarme, será la tierra que me envuelva cántabra y castellana. Digo esto, porque la seriedad de las querencias, de los arraigos, de los recuerdos hacia los abuelos, los padres, o las cosas simplemente que rodearon a uno en su vida, no pueden diluirse ni fracturarse porque a alguien, que no soy yo, ni son mis recuerdos ni mis raíces, se le ocurra decir, a voz en grito o en voz baja, que, por “decreto”, he dejado de ser castellano. La cosa, a más de peregrina resulta impositiva a todas luces. Yo no quiero –y como yo muchos en mi idéntico caso- que otros actúen en mi nombre, que me separen de mi tronco, de mi historia, de mis alegrías o de mis tristezas de montañés-castellano. “Que se separen ellos”, diremos parodiando a Unamuno. Las razones que más se esgrimen, porque realmente no pueden utilizar en su opción las históricas, son las económicas. Para ello, nos cubren de números y estadísticas, que son totalmente irreales, cuando el sentido común, por su propio peso, y sin demasiadas elucubraciones científicas, nos dice a todos que “la unión hace la fuerza” y que, en una competición de poder, como van a ser en su día las regiones, más podrán cuantos más tiren de una cuerda y nada el que estudie por libre.
 ¿A dónde piensan hemos de ir en la soledad de esa pretendida autonomía de Cantabria? Seamos de una vez serios, dejemos aparte las posibles inclinaciones personales o sentimentales, y preguntemos de verdad a ese nuestro hondón más responsable, que es la conciencia, si de verdad puede estimarse como factible y viable la segregación de Santander de Castilla. Utilizando una frase evangélica que, aunque dirigida a otro fin, bien cuadra con el caso, creo que podemos decir: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”, es decir, lo que la historia, el tiempo, la cultura, el idioma y la sangre han unido fuertemente entre sí, Cantabria y Castilla, ¿Quién es el osado, y en nombre de qué, va a atreverse a desligarlo?

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