En mi infancia frecuenté muchísimo el muelle de Puertochico. Había nacido y vivía en Barrio Camino, una calle empinada que unía Tetuán con el Alto Miranda. A los chavales de mi barrio nos pillaba cerca Puertochico. Éramos, los ‘barrio camineros’, una raza mestiza y precaria. No teníamos la importancia de ‘los de Miranda’ ni la entidad marinera de ‘los de Tetuán’. No veíamos el mar desde la calle, como ‘los de Canalejas’, ni podíamos sentirnos de Puertochico como ‘los de San Martín’.
En Barrio Camino nos sentíamos un poco de cada sitio, y sabíamos que vivíamos en una tierra de nadie, considerados ‘poca cosa’ en el entorno vecinal.
Mi muelle era Puertochico. Me hubiese gustado vivir en Castelar, la calle señorita del distrito. Desde allí se veía el mar de frente y muy cercano. Y además estaba a un paso de los Escolapios y del ‘Popular Victoria’, dos referentes afectivos que todavía permanecen vivos en el recuerdo.
Mi muelle era aquel que, desde el club Marítimo a la cuesta del Gas, vivía repleto de barcos pesqueros, carpanchos, redes y bullicio. Siempre había gente gritona en el muelle de Puertochico. Siempre había gente para recibir a los que llegaban con el pescado fresco en la mañana o para ‘salir con la pareja’ al atardecer.
Cuando alguien me pregunta de qué parte de Santander soy, siempre miento. Cuando respondo ‘de Puertochico’, estoy olvidando mi cuna en Barrio Camino. Desde allí bajaba (y aún bajo) por Tetuán y desembocaba en ese espacio mágico donde me encontraba con el mar y con la peña Cabarga, al fondo.
[…] En mi barrio no conocí más de dos pescadoras: la madre de Sebiuco y la suegra de Tonio Teja. Vivían puerta con puerta, y todos los días, carpancho en la cabeza, voceaban aquello tan familiar de ‘¿Sardinas frescas, a peseta la docena!’. En la calle Tetuán había más pescadoras, y en Miranda, dos o tres más que en Barrio Camino. Puertochico sí reventaba de pescadoras, en la lonja y en el muelle. Y si el ‘Popular Victoria’ fue un cine irrepetible se debió a que de cada diez espectadores, nueve eran hombres o mujeres que se enamoraban de María Montez o Gary Cooper mientras esperaban que ‘las parejas’ llegasen rebosantes de bocartes, sardinas, chicharros, merluzas y bonitos.
Todavía hoy veo a quien considero el último pescador de Puertochico: Calín. Cuando a las ocho de la mañana vuelvo de comprar ‘El País’ en el quiosco de Manolo, me cruzo, remontando Tetuán, con uno de los supervivientes más vivos de aquel Santander de los años cuarenta.
‘¿A cachones voy!’, me dice desde la moto que le acerca al embarcadero. Y como si el tiempo no contase, puedo imaginar a Calín echando el anzuelo para que el cachón pique y pueda comerse, con patatas, en ‘El Marucho’, ‘El Silvio’ o ‘La Flor de Tetuán’.
José Ramón Sánchez es pintor y autor de ‘Gentes de Sotileza’ (Editoral Valnera).