La ciudad que llaman Santander está situada en la España Tarraconense, en la costa del Océano Cantábrico, probablemente en el país que Ptolomeo dice ser habitado por los Autrigones. Hoy le llaman Asturias de Santillana. Pero los indígenas dan el nombre particular de La Montaña al territorio de esta ciudad. Situada en la falda de una colina de suave pendiente al mar, cuyas aguas, pasando por la derecha del castillo, se extienden mucho más allá de la población por un estrecho al que el vulgo llama la ría canal; por la izquierda la tocan en su mayor parte, y penetran en su interior entre las murallas por un canal que llaman la Ribera, cuya entrada se conoce vulgarmente con el nombre de el Boquerón. En esta parte han hecho un puerto singular con un brazo extendido ante las olas al que llaman en su lengua muelle viejo, terraplén hecho por arte e industria humana que tiene al extremo una máquina que facilita la carga y descarga de los navíos, llamada comúnmente la grúa. Toda esta ensenada puede considerarse como un solo puerto. Porque, en efecto, la mar penetra por una entrada estrecha, a
manera de boca, y el puerto está naturalmente defendido y cerrado por
todas las demás partes. Enfrente de la ciudad hay otro muelle, un poco
encorvado para mayor comodidad del puerto, al que defiende de la violencia
de la mar cuando se enfurece, siendo un lugar muy cómodo para el resguardo
de las naves y para la descarga. En medio de la boca de esta bahía
hay un escollo al que llaman la Peña de Mogro. Aquí hacen sus nidos gran
número de aves que los habitantes del lugar se deleitan en tomar durante la
estación propicia. Es tan famosa por su antigüedad esta población, entre las
demás de aquella comarca, que los habitantes dicen orgullosos haber sido
fundada por Noé. Su forma es prolongada, en el interior llana, rodeada de
muros por todas partes, y por el lado de tierra es de difícil acceso, a consecuencia de la profundidad del foso, aunque no tiene agua. Disfruta este pueblo de saludable temperatura. Posee seis ricas fuentes, unas dentro, otras
fuera, cerca de las murallas, de perpetuas y limpísimas corrientes, que dan
a los ciudadanos cuanta agua necesitan para la necesidad o el recreo. En la
misma plaza hay dos, la de Santa Clara y la de la Ciudad. Fuera, cerca de
la Iglesia de San Nicolás, brota de un elevado peñasco la más abundante y
célebre de todas, llamada vulgarmente la fuente de Becedo. De ésta beben
la mayor parte de los habitantes, así nobles como plebeyos, por la fama de
sus excelentes y maravillosas virtudes. Pues aseguran que en invierno está
muy caliente y muy fría en verano. La cuarta está cerca de San Francisco y
la llaman fuente de la Bóveda. Dicen a la quinta entre ellos del Rio de la
Pi la, y a la sexta llaman fuente de Molinedo. Estas dos últimas son las que
usan especialmente los moradores del barrio marino llamado la calle de la
Mar. Es un suburbio situado junto a la ciudad, que se considera dentro del
nombre de ella aunque esté fuera de sus murallas. En él habitan los que se
dedican a la pesca, que son muchos, por hallarse en esta bahía increíble y
prodigiosa cantidad y variedad de peces.
Tiene esta ciudad siete puertas, a saber, San Nicolás, San Pedro, de
las Atarazanas, San Francisco, de la Sierra, Santa Clara y del Arcillero.
Posee soberbios edificios, los mejores solamente de piedra, construidos
otros de madera. Hay dos monasterios, ambos de la Orden de San
Francisco, uno de frailes de San Francisco, otro de monjas de Santa Clara.
La iglesia principal, llamada vulgarmente de los Cuerpos Santos, es
de hermosa fábrica y tan notable como digna de veneración por su santidad.
Dicen que, en el mismo lugar donde está edificada la iglesia, quedaron fijos
e inmóviles dos cuerpos de mártires, aquí milagrosamente venidos. Refieren
que muy lejos de este país, dos santos se opusieron con increíble y singular
constancia a los enemigos de la fe católica, y, martirizados al cabo y arrojados
sus cadáveres al Duero (=Ebro), llevóles su corriente, tras largo
rodeo, a este puerto por sobrenatural decreto, y le eligieron por perpetua
morada suya, por lo que lleva su nombre. Sobresalen por su piedad y saber
los canónigos de esta iglesia. Su forma es redonda (? ). Dentro hay un hospital del Spiritu Santo, donde se recibe y se trata, con la mayor diligencia,
caridad y según sus necesidades de cura, a cierto número de pobres. Ha ido
aumentándose el templo con diversas capillas, adornadas muchas de ellas
con las sepulturas de algunos nobles. En medio del edificio hay un amenísimo
jardín, fragante siempre, con el gratísimo perfume de sus floridos árboles.
Mirando al mar se encuentra un castillo antiquísimo, que domina, no
sólo la ciudad, sino todo el puerto, pues desde él se descubre cuanto aparece
en la bahía.
A la izquierda, por donde penetra el agua en la ciudad, se levantan en el mismo canal unos edificios sostenidos por arcos, a modo de arsenales
navales que el vulgo llama Atarazanas. Aquí se aprestan las naves y todo lo
concerniente a ellas. Los ciudadanos son muy belicisos, como todos los
habitantes de aquella región. Tienen un Ayuntamiento compuesto de seis
regidores, un secretario y un procurador, que se eligen anualmente, en los
primeros días de enero, según la costumbre tradicional, en la capilla de San
Luis de la iglesia de San Francisco. Allí se reúnen los principales de la ciudad
en número indeterminado, y eligen por sus votos los nuevos cargos
públicos para el nuevo año. Esta ciudad disfruta desde muy antiguo de grandes privilegios e inmunidades, hasta tal punto, que ni el rey ni ningún otro
señor de ella, puede venderla o enajenarla por ninguna causa. Por aquí se
exportan casi todas las lanas que salen del reino de Castilla. Tampoco está
privada esta población de los dones de Baco. ¿Quién hallará aquí falta de
vino? La tierra está rodeada de viñedos, entremezclados con huertos, plantados tanto para la necesidad como para el deleite, que ofrecen hermosa
vista y abundantes frutos a la ciudad. Cerca, en su entorno, hay diversas
aldeas ricas en granos y en frutas, de tal suerte que, a no ser por un señalado
castigo de Dios, nunca carecerá este pueblo de provisiones. En suma,
esta ciudad es rica en todas las cosas por la comodidad de su puerto. Todo
esto es narración de los indígenas.
George Braun
Civitates Ortis Terrarum, Tomo II, lámina 9
Colonia, 1575