Benito Pérez Galdós en su finca “San Quintín” de Santander
Benito Madariaga de la Campa
Cuando vino por primera vez Pérez Galdós a Santander en el verano de 1871, la pequeña ciudad provinciana del norte de España tenía en esa estación del año el particular atractivo de sus playas que atraían a un público numeroso que huía de los calores de Madrid.
Su puerto abierto al comercio de ultramar y el hecho de servir de ciudad puente entre Castilla y América había contribuido a su desarrollo económico que se había consolidado con la construcción del ferrocarril.
Gregorio Marañón ha recordado la inquietud intelectual de la capital de Cantabria en aquellos momentos en que una generación de hombres afanosos de saber había creado un foco cultural sin precedentes .
Galdós confesaría años más tarde cómo fue la lectura de la obra costumbrista de Pereda, preferentemente sus Escenas Montañesas, el acicate que le llevó a conocer a esta provincia de la región cantábrica . A partir de aquel primer contacto la presencia de escritores y amigos, como Pereda, Menéndez Pelayo, Amós de Escalante o José Estrañi le inclinaron a repetir sus viajes estivales acompañado de su familia. El nombramiento de gobernador militar de Santander de su hermano el brigadier Ignacio Pérez Galdós en 1879, influyó también favorablemente en los viajes a esta región que le atraía por el clima, la belleza de su paisaje y el carácter hospitalario de sus gentes. En 1884, en una de sus cartas al diario «La Prensa» de Buenos Aires, lo reconocía el escritor con estas palabras: «… me será muy difícil ser completamente imparcial hablando de Santander y de los montañeses, por el mucho cariño que tengo a este pueblo, mi cuartel de verano, mi refugio contra el calor desde hace catorce años. Esto y los buenos amigos, la benignidad del clima y las repetidas expansiones del ánimo, han creado en mí una predilección especial que no puedo ocultar, y reconociendo las bellezas de toda la región cantábrica, pongo siempre en primer lugar las de esta provincia, así como en la preferencia que suelo dar a todos nuestros septentrionales, hago siempre una segunda selección a favor de los montañeses» .
Santander le puso en contacto con el mar, añorado desde su salida de Las Palmas, le permitió realizar sus viajes por mar a otros puertos europeos y conocer las provincias limítrofes en las que también recogió documentación para los Episodios Nacionales. Desde Santander realizó numerosas excursiones por los pueblos de Castilla cuyo paisaje tenía para él un atractivo especial.
La construcción de un palacete en su finca de «San Quintín», inaugurado oficialmente en 1893, le vinculó ya definitivamente a Santander, donde nació su hija María y escribió una parte importante de su obra. En aquel refugio estival, el novelista se sentía a gusto, cultivaba su huerta y desde aquel mirador frente al mar veía la entrada y salida de los barcos a los que hacía señales con las banderas del código de señales marítimas. «San Quintín» fue su torre de marfil, su lugar de refugio y descanso, alejado de los numerosos compromisos de Madrid, lugar del que se alejaba a primeros de julio para regresar al finalizar los calores a mediados o últimos de septiembre. Todavía un 21 de octubre le escribía así a su amigo el Dr. Manuel Tolosa Latour: «Iré lo más tarde posible, pues aquí se está en la gloria y trabajo mucho y con provecho» .
La casa era prácticamente un museo donde guardaba sus recuerdos, los dibujos originales de los Episodios y cuadros de Arredondo, Beruete, Hispaleto, Fenollera y Sorolla. Junto a varios retratos dedicados a escritores españoles y extranjeros, había objetos regalados por sus amigos. Allí tenía el piano y el armonium donde en compañía de su sobrino solía interpretar piezas clásicas. Entre su material intelectual figuraba la colección de manuscritos, los epistolarios y los libros repartidos en las estanterías de su estudio.
En Santander descansaba dedicando parte de su tiempo a recibir visitas, pasear y participar en las tertulias que tenía lugar en su casa o en los cafés de la ciudad. Pero sobre todo, escribía con aquella disciplina de trabajo que le acompañó toda su vida. En «San Quintín» escribió novelas como Ángel Guerra, Nazarín o Torquemada en la Cruz, en cuyo final pone La Magdalena o el nombre de la finca, y obras de teatro como Electra o Casandra, fechadas todas en Santander.
En el verano de 1872 inició con Trafalgar sus Episodios Nacionales en Santander y en 1917 se despidió de la ciudad preparando las notas históricas de Santa Juana de Castilla. También participó en esta ciudad en actos políticos como miembro destacado de la coalición republicano-socialista.
Algunas de sus obras están estrechamente relacionadas con Cantabria como Doña Perfecta, Gloria, Marianela, Rosalía o La de San Quintín. Personajes y lugares fueron recogidos en esta región norteña, inspiradora de algunas de sus mejores páginas.
Las Palmas fue su origen y la ciudad que incubó su pensamiento. En Madrid se desarrolló y se hizo nacional y Santander constituyó su cuartel de verano, donde se puso otra vez en relación con el mar y cuyo puerto fue el símbolo con Canarias de su proyección a Europa y América, al hacerse su obra universal.