El otro día , en un pueblecito de Guadalajara, me abordó un viejecito y me dijo, señalando mi vehiculo, que como habian cambiado las cosas, que él tenía 92 años y antes se dedicaba a algo parecido a lo mio. Lo que me contó fué mas o menos esto:
Es temprano, muy temprano, los gallos todavía no han cantado, me levanto pensando en otro duro día, hoy toca viaje. Como unas migas de la noche anterior con un poco de leche y me dispongo a salir a las cuadras, noto que el aire es frio y el sonido un tanto apagado, al salir veo por qué, un par de dedos de nieve apunta que el día va a ser de aupa. Entro en la cuadra y las caballerias se mueven inquietas al oirme. Saco las dos mulas y empiezo a enjaezarlas para ponerlas en el carro, después saco el mulo y lo ato detrás, el camino hasta la capital no es demasiado largo pero entre ir y venir hecho el día. Me pongo una manta encima y salgo al camino.
Sus recuerdos se embarullan un tanto y después de decirme que las carreteras no se parecen en nada a los caminos que había antes me sigue contando…
Llego a mediodía y nada mas cargar el carro como un poco de queso y pan duro y me preparo para la vuelta, vuelta que se hace interminable por las ganas de llegar. Casi en lo alto de la cuesta ya veo el castillo de Torija, parece pequeño hasta que pasas al lado. Los kilómetros van pasando lentamente, por fin, tras una fuerte pendiente llego al pueblo, hay que llevarle las medicinas a la Juana y unos sacos a Pepe, lo demás mañana vendrá cada uno para ir recogiendo sus encargos.
Otro duro día ya pasó.