Aunque en una entrevista realizada en la década de 1920 la propia Carmen Flores aseguraba haber nacido en Sevilla, la realidad es que vino al mundo en la calle del Caño de la localidad extremeña de Almendralejo, siendo sus padres José Pereira Salguero y María Barrera García. El caso es que, siendo ella aún muy pequeña, la familia se trasladó a la capital andaluza y allí aprendió a cantar y a bailar.
A los diecisiete años debutó como tiple cómica en el Teatro Tívoli de Barcelona y en Madrid lo hizo en el Teatro de la Zarzuela, emprendiendo viaje poco después hacia Buenos Aires, donde actuó como tiple en la opereta Molinos de viento del maestro Luna.
Permaneció dos años en la capital argentina participando en otras operetas y zarzuelas. A su regreso fue contratada para la Sala Imperio de Barcelona y, tras una pequeña gira por España, volvió a Madrid para actuar en el Teatro Romea. También el Trianón Palace —considerado el templo del género ínfimo— acogió a la singular cupletista que, inmediatamente, logró un éxito extraordinario. Pronto se hizo un hueco entre las figuras de la época, compartiendo cartel con Pastora Imperio, La Fornarina, Raquel Meller o La Chelito. Pero Carmen Flores era dicharachera, locuaz y diferente. Había transformado su estilo andaluz en un estilo madrileño y achulapado, convirtiéndose en una de las principales intérpretes del cuplé madrileño. Solía presentarse envuelta en vistosos mantones de grandes flores que dejaba caer cubriendo por completo el escenario. Su voz, de bonito timbre si la hubiera educado, se le escapaba a borbotones como un torrente incontrolado, más gritando que cantando. Acompañaba sus actuaciones, sin caer en la chabacanería, con chistes subidos de tono y castizos monólogos que hacían reír a los espectadores, por lo que los autores comenzaron a incluir en sus cuplés otros monólogos que ella interpretaba con gracia: “Colón, 34”, “¡Vaya Modas!”, “¡Pobres Toros!”, “La Chalá”, etc. Dicen que para ella fue escrita “La violetera” pero tan delicado cuplé no encontró acomodo en la excesiva Carmen y tuvo que caer en labios de la Meller para lograr la inmortalidad. Precisamente, ésta la calificaría como “Un caballo loco en una cacharrería”. A pesar del severo comentario, Carmen Flores se mantenía en una línea que jamás traspasaba. Era excesiva, pero no ordinaria; alegre, jovial y un antídoto que se agradecía, si actuaba tras alguna sentimentaloide cantante que, quizás, había logrado encoger con lacrimógenos dramas, el múltiple corazón del respetable.
A su fama contribuyó también el pertinaz enamoramiento que por ella sintió Muley Haffid, sultán de Marruecos, que después de arrebatar el poder a su hermano Abdul Haffid en 1907, siendo reconocido como tal por las potencias signatarias en el Tratado de Algeciras de 1909, fue a su vez destronado en 1912 por Muley Yussef, otro hermano, tras lo cual arribó a Madrid, gustándole mezclarse con la farándula. El idilio entre el exsultán y la cupletista se convirtió en el más famoso de la época y fue inmortalizado por Ernesto Tecglen en “La chula Tanguista”, divertido foxtrot que fue estrenado en voz de La Chelito en 1924.
En los siguientes años actuó en diversas partes de España e hizo una larga gira por Sudamérica. En 1917 y 1921 cantó en la Fiesta del Sainete organizada por la Asociación de la Prensa, que convocaba a las figuras más destacadas del año. Paulatinamente, sin embargo, su fama empezó a decaer y en 1927 tuvo lugar su primera retirada de los escenarios, abriendo cerca del Teatro Alcázar una tienda de bolsos. En 1935, el aburrimiento, quizás, la animó a reaparecer como cancionista dentro de un grupo de artistas de variedades denominado Espectáculo Carmen Flores, con el que hizo una larga gira por Andalucía, Barcelona y Palma de Mallorca. Tras la Guerra Civil el cuplé había, prácticamente, desaparecido, por lo que Carmen Flores volvió a retirarse en 1940 tras hacer una gira de despedida por toda España, aunque en algunas ocasiones reapareció para actuar de forma esporádica. Incluso, en 1960, pasado medio siglo después de su debut, reapareció en la Sala York Club de Madrid, con gran éxito. En 1962, sin embargo, se alejó definitivamente de los escenarios para regentar una pensión en la calle Jiménez Quesada a la par que atendía una bombonería cerca de la madrileña calle de Alcalá donde, años atrás, había tenido su tienda de bolsos.
Carmen Flores, que ocupó un merecido y destacado lugar en el mundo de las variedades, falleció en Madrid el 26 de febrero de 1969 cumplidos los ochenta y cuatro años.
Bibl.: “Entrevista a Carmen Flores”, en El Cine, XXIV, n.º extra. (1920); M. Díaz de Quijano, Tonadilleras y cupletistas, Madrid, Editorial Cultura Clásica y Moderna, 1960; Á. Retana, Estrellas del cuplé, Madrid, Editorial Tesoro, 1963; Historia del arte frívolo, Madrid, Editorial Tesoro, 1964; M. Vázquez Montalván, Cien años de canción y music-hall, Barcelona, Editorial Difusora, 1974; J. Villarín, El Madrid, del cuplé, Madrid, Dirección General de Medios de Comunicación de la Comunidad de Madrid, 1990; S. Salaún, El cuplé: 1900-1936, Madrid, Espasa Calpe, 1990; M.ª Baliñas, “Flores, Carmen [Carmen Pereira Barrera]”, en E. Casares Rodicio (dir. y coord.),Diccionario de la música española e hispanoamericana, t. V, Madrid, Sociedad General de Autores y Editores, 1999, pág. 169; O. M.ª Ramos, De Madrid… al cuplé, Madrid, Ediciones La Librería, 2001, págs. 29-35.
Olga María Ramírez de Gamboa Ramos // http://dbe.rah.es