Pedro de Oña (1570-1643?) nació en la ciudad de Los Confines, la última que fundó Valdivia, en territorio araucano, hijo del capitán Gregorio Oña, que murió en la guerra de Chile, siendo Pedro de muy pocos años. Poco después se trasladó a Lima y estudió en el Colegio de San Felipe y de San Marcos. Empezó escribiendo El Arauco domado, de clara imitación de
Ercilla. Anuncia una segunda parte que no llegó a escribir. Otras obras suyas son Canción real a San Francisco Solano; el poema Temblor de Lima, en 1609, muy inferior a El Arauco domado; Ignacio de Cantabria, editado a expensas de la Compañía de Jesús (Sevilla, 1639). También prometió una segunda parte que no llegó a realizar. Otro extenso poema religioso es el titulado El vasauro (1635), dividido en once cantos, del que ha hecho una edición crítica el erudito y filólogo chileno Rodolfo Oroz (Santiago, 1941).
Menéndez Pelayo alaba sus octavas y afirma que Pedro de Oña nunca perdió su inspiración, cuando escogió materia acomodada a sus fuerzas.
El Ignacio de Cantabria suena a espíritu bélico y heroísmo. Lleva al comienzo la aprobación de Calderón y de Pérez de Montalbán. Lo dedica a la Compañía, en unos párrafos llenos de afecto y devoción a los jesuitas, y nos dice que tardó quince años en componerlo:
A la illvstre y religiosa Familia del Gloriosissimo Patriarca, San
Ignacio, i mio… Coronado os le buelvo, qual héroe al común orden
superior, pero con los lauros estériles, que los Parnasos de la ínsula
América pudieron ofrecer a tan altas sienes… Coronáis vuestro Ignacio
imitándole; coronad el mío admitiéndole; puesto que por ser mío dais
licencia a mi afecto, dalle mi desvelo piadoso ocupado quinze años en
seguir con el buelo de mi pensamiento sus glorias .
Comienza su poema al modo clásico, pidiendo la inspiración de la musa
para cantar las glorias del capitán del cielo:
De aquel cántabro, capitán del cielo,
Musa, de allí las altas pruevas dime,
i el arduo fin, que su gigante celo
siguió alentando i alcançó, sublime.
Todo el poema consta de octavas reales, elegidas por los españoles y portugueses para sus poemas narrativos. No utiliza las octavas de invención propia, en las que los cuatro primeros versos forman cuarteto, como aparecen en El Arauco domado, que no tuvieron aceptación entre los poetas. Consta de doce libros y trata desde la conversión de Ignacio convaleciente con la visión de san Pedro, hasta su estancia en la tierra de Palestina. Parece que su intención, como hemos dicho, fue continuar la vida del santo en una segunda parte, que no realizó.
Con versos lapidarios y entusiastas, canta a Cantabria, que es también el País Vasco, guerrera, noble y laboriosa, que dio el nombre al poema:
Cantabria, la que asombro fue, respeto
de la águila bifronte i media luna,
aun siendo amiga dellas la Fortuna;
fértil, de limpia sangre i útil hierro
gente al trabajo dura i tan bizzarra
que en su cerviz ay ombros para un cerro
LA BATALLA DE PAMPLONA, EN LOS POEMAS BARROCOS IGNACIANOS
Ignacio Elizalde
Profesor de la Universidad de Deusto