Los cántabros en la segunda guerra Púnica

 

Cuando el gran caudillo de los cartagineses, el muy renombrado Anníbal, después de afirmarse en el dominio de España guerreando con algunos pueblos del interior de la Península estuvo seguro de no ser hostilizado por la espalda, emprendió la destrucción de las colonias greco-hispanas que excitaban los celos de la república cartaginesa. Con pretexto de una cuestión ocurrida entre saguntinos y turboletanos, y tomando la defensa de estos últimos por ser aliados de Cartago, sitió a Sagunto, ciudad fundada por los griegos, y aunque los habitantes se defendieron heroicamente, sucumbieron por fin (en el año 534 de la fundación de Roma, 219 antes de Cristo), si bien dejando a los sitiadores apoderarse no más que de abrasados escombros y de cadáveres sangrientos.

Roma, aliada y protectora de las ciudades griegas de España, comprendió que Anníbal pensaba en vengar a su país de los tratados con que se había concluido la primera guerra Púnica, y envió embajadores a pedir explicaciones acerca de la agresión cartaginesa sobre Sagunto. Los cartagineses, lejos de dar satisfacciones, optaron por la pugna cuando aquellos les dieron a elegir entre la guerra y la paz.

Ya para entonces hallábase prevenido Anníbal, habiendo sacado de nuestro país tropas con que guarnecer puntos débiles de África, y trayendo acá otras huestes africanas al mando de su hermano Asdrúbal: reunió al par en Cartagena un ejército compuesto de más de 100.000 soldados de infantería, 12.000 jinetes y 100 elefantes, hallándose entre aquellas tropas numerosos cuerpos de soldados españoles asalariados, a los cuales debió algunas de sus victorias.

A la cabeza de esta gente, cuya mayor parte componían nuestros peninsulares sobrios, ágiles e infatigables, se lanzó, en el año 537 de Roma, a llevar la guerra al corazón mismo de Italia, muy contra la esperanza de los romanos que creían iba a circunscribirse la lucha a las comarcas de España y de Sicilia.

En el ejército de Anníbal ocupaban el primer lugar entre la multitud hispana los entonces indómitos cántabros, según lo manifiestan Silio Itálico (libro III), y Quinto Horacio Flacco (lib. IV, oda XIV).

Acaudillando aquellas denodadas tropas cruzó el Pirineo, atravesó las Gálias, pasó los Alpes, y esparciendo pavor, penetró en las campiñas italianas, ganó entre otras las célebres victorias de Trebia, Trasimeno y Cannas, tan desastrosas para los romanos, que en solo esta última perdieron al famoso Paulo Emilio y más de 50.000 guerreros. Llegó hasta delante de los muros de Roma; pero sin tratar ni aún de emprender la expugnación de la Ciudad Eterna, pasó con los suyos a la de Capua, donde todos se entregaron a la molicie y al deleite.

Pasados catorce años sin que fuese posible hacer que hasta aquel caudillo llegasen refuerzos ningunos, vencidos ya, además, en España los cartagineses por el segundo Publio Cornelio Scipion, volvió éste a Roma, obtuvo el mando de un ejército, y el permiso de llevar, como llevó, la guerra al África misma, al propio país de los cartagineses. Entonces Anníbal, llamado por su patria amenazada por los romanos volvió a Cartago y fue derrotado en las llanuras de Zama. Con esta batalla terminó la segunda guerra Púnica o cartaginesa; y en los tratados de paz estipularon los de Roma que ningún cartaginés pudiese en lo sucesivo pisar el territorio de la Península española.

Hablando de esta guerra, Silio Itálico dice, acerca de los cántabros y en su elogio (libro v), que no hubo otros tan prontos para prestar servicio como estipendiarios, ni que, como ellos sobresaliesen en la pelea (lib. x); que arrojaban con facilidad las flechas (lib. xv); que Anníbal estableció la fuerza de su campo mezclando con los africanos a los cántabros y astures; y por último (lib. XVI), recuerda el valor e imponderable destreza de un alto y fornido cántabro que se hizo formidable en los combates porque, aun cuando fuese acometido por la espalda o por el costado, se defendía ventajosamente revolviendo por todas partes con extremada rapidez, «una hacha ó segur de dos filos».

Perdió la mano derecha en el combate con Scipion; pero ya había, para entonces, logrado la gloria de que se le comparase con un muro inexpugnable, y que se le aclamase terrible combatiente.

Manuel de Assas

Crónica de la Provincia de Santander (1867)

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