En el año 1118 el radical teólogo y predicador musulmán Muhammad ibn Tumart se refugió con sus seguidores en Tinmal, en plena cordillera del alto Atlas, huyendo de sus enemigos los almorávides, contra los cuales dirigiría el grueso de sus ataques dialécticos y armados, bajo el manto de la Guerra Santa. Seguro en su bastión, se autoproclamó ‘mahdi’ (elegido) y organizó eficazmente su comunidad de ‘al-muwahhidun’ (almohades, confesores de la unidad de Dios) e integrada por diversas tribus bereberes, siguiendo el ejemplo de Mahoma y los primeros tiempos del Islam.
Su sucesor, Abd al Mumín, capitalizó la obra de ibn Tumart y se lanzó exitosamente sobre el imperio almorávide y los reinos bereberes, llegando a controlar el Magreb y al-Andalus.
Nacido entre convulsiones, el movimiento almohade se fue fracturando y en 1212 entró en crisis tras la célebre batalla de las Navas de Tolosa, en la que fue vencido por los ejércitos de los reinos del norte de la Península Ibérica. La derrota almohade marcó el ocaso de al-Andalus, que conoció la formación de las terceras taifas y el decisivo avance cristiano, bajo los liderazgos de Jaime I de Aragón y Fernando III de Castilla, que redujeron los gobiernos musulmanes al reino nazarí de Granada.
El escudo y la pila
Rey de León desde 1230, Fernando se hizo sucesivamente con el dominio de Córdoba -capital del antiguo califato, conquistada en 1236-, el reino de Murcia y Jaén, antes de tomar Sevilla en 1248. La pugna por esta última ciudad supuso una larga campaña de varios años y en ella destacó la intervención de una flota de naves cántabras, capitaneada por Ramón Bonifaz, que tuvo el cometido de controlar la orilla derecha del Guadalquivir -lugar de emplazamiento de las fortalezas de Triana y Aznalfarache a través de las cuales la urbe recibía ayuda.
El escudo de Santander recrea el momento en que los barcos cántabros rompen el puente de barcas que unía Triana y Sevilla, mostrando una embarcación que rompe las cadenas de la torre del Oro -entonces unida a la muralla sevillana y cubierta en su parte superior de azulejos dorados.
Por otro lado, en la girola de la catedral de Santander se conserva una pila de agua con una inscripción en árabe en caracteres cúficos -una escritura angular de contornos claros, que fue empleada para fijar el Corán hasta el XII- que la tradición considera un trofeo de la toma de la ciudad andaluza.
Encajada en el pasado en un pilar del templo, en la actualidad se presenta sobre un pilar tallado en estilo nazarí. El arabista Emilio García Gómez tradujo así la transcripción de su adorno caligráfico: «Soy en mi pureza más esplendorosa que el cristal de roca. Mi cuerpo está hecho de blanca plata. Cuando viene a juntarse conmigo el agua límpida, parece perla que se derrama en un hueco cóncavo. Élla es en realidad inferior a mí, aunque yo soy también un cuerpo hecho de agua sólida».
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