El rey Pedro I de Castilla se casó en Valladolid, en 1353 con Blanca de Borbón. Este matrimonio ya estaba pactado por Juan Alfonso de Alburqueque en connivencia con María de Portugal, la reina madre, pero sin el beneplácito de Pedro, quien ya mantenía relaciones con María de Padilla. A los pocos días de la boda abandonó a su esposa, al conocer que había mantenido amoríos durante el viaje desde Francia a Valladolid con su hermanastro Fadrique y que la dote pactada no había sido pagada.
Los amores apasionados del monarca con doña María de Padilla tenía descontentos a los más poderosos magnates del reino que emplazaron a don Pedro a celebrar una entrevista en un pueblo cercano a Toro llamado Tejadillo. Acompañaba al monarca, entre los pocos que le habían quedado fieles, el zamorano Juan Alfonso de Benavides.
Presentaronse en aquella especie de asamblea hasta cincuenta caballeros armados de loriga y espada. Expresaron estos al rey su disgusto por la situación de desamparo en la que monarca tenía a doña Blanca, prometiendo éste que enviaría a buscarla y la honraría como reina y esposa. Regresó el monarca a Toro resultando ineficaz la conferencia, pues a poco marchó de la población para caer de nuevo en brazos de la Padilla.
Los aliados enviaron mensajeros pidiéndole cumplimiento de lo pactado, con lo que, aunque contrariado, volvió el rey a Toro y se manifestó dispuesto a acceder a lo que se le pedía. El monarca quedó bajo la vigilancia de los coaligados que, acompañándole siempre, trataban de impedir que el rey volviese a sus ilícitos amores.
Cierto día, su hermanastro don Tello encargado de la vigilancia le acompañó a cazar, haciéndole el rey tentadoras proposiciones, firmando a favor de su guardián cesión del señorío de Vizcaya en premio a su complicidad, con lo que el obcecado monarca se fugó en busca de María de Padilla. En 1355 vino el rey con un ejército sobre Toro, sitiando la población y estableciendo el cuartel real en Morales, donde la Padilla dio a luz a la hija doña Isabel.
En Zamora puso el rey por Alguacil mayor de la fortaleza a don Alfonso de Benavides que había sido elevado al rango de Justicia mayor del reino, y en la ciudad zamorana se estableció también la Corte y la Audiencia real.
Inmediatamente después de ser abandonada por el rey, doña Blanca paso algún tiempo junto a la reina madre, hasta que el rey ordenó que fuera enviada al castillo de Arévalo y luego al Alcázar de Toledo. En 1355 Blanca fue confinada en el castillo de Sigüenza y posteriormente trasladada al Puerto de Santa María.
Entre tanto, el rey regresaba al castillo de Urueña en Valladolid, donde se alojaba su amante María de Padilla viviendo con ella definitivamente.
La reina Blanca de Borbón falleció en 1361, dice la historia que asesinada por orden de Pedro I de Castilla.
Hubo otro matrimonio del rey Pedro I de Castilla con doña Juana de Castro, a quienes los casó el obispo de Salamanca en Cuéllar, tomando Juana el título de reina de Castilla, aunque el Papa firmó un proceso canónico contra los obispos de Salamanca y Ávila que habían declarado nulo el matrimonio contraído con Blanca de Borbón, conminando al rey con graves penas de excomunión para que abandonase a Juana y volviese con su esposa Blanca. Por la condenación papal cesaron de momento los encuentros con María de Padilla y con Juana de Castro.
María de Padilla murió en Sevilla en julio de 1361; tras su muerte el rey Pedro I la lloró tanto que un año después, en las Cortes celebradas en la misma ciudad de Sevilla, declaró ante los nobles que María de Padilla había sido su primera y única esposa con la que se había casado por palabras de presente, ocultando su casamiento para evitar que algunos de su reino se alzasen contra él y que el matrimonio secreto se realizó ante el abad de Santander D. Juan Pérez de Orduña, consiguiendo que el Arzobispo de Toledo declarara nulos los otros matrimonios anteriores, por lo que las Cortes ratificaron su afirmación declarándola reina después de muerta y legitimando su descendencia.
Balbino Lozano / La Opinión de Zamora