Las mujeres de menor suerte que no estaban casadas van todas con la cabeza descubierta, con la coronilla rasurada como los frailes. Sus mangas son todas de lino blanco, y los corpiños y faldas de paño azul oscuro, que está todo abierto por detrás, atado únicamente con un alfiler, de forma que arrastran continuamente la camisa por el suelo. Las de mejor posición adornan sus mangas con lazas.
En los días sagrados toda esta gente va desde una cruz a otra ermita, con los rosarios en sus manos, rezando en un lenguaje que no entienden (se refiere al latín) y adorando imágenes mudas. Nunca había visto antes tanto entusiasmo unido a una ciega devoción.
En esta ciudad hay seis casas religiosas, además de un Colegio de Jesuitas y un convento de veintiséis monjas, a quienes vimos en diversas ocasiones y con quienes conversamos. Hacen delicadas cadenas de naranjas tiernas, que vendieron a algunos de nosotros. Parece que no tienen mucha prisa, porque están rollizas y gordas, pero no son guapas; la más pasable de entre ellas era una que descendía de parientes ingleses.