Pedrosa tiene una extensión de hectáreas, de las que 968 corresponden a la isla y 645 más a tierra firme. Esta ínsula, en el punto sur-occidental de la bahía santanderina, jugó un destacado papel, durante el siglo XIX y comienzos del XX, como lazareto del puerto de la capital. Su carácter de lugar aislado todavía no existía el puente actual, convertían a este islote en un enclave ideal para los fines perseguidos por las autoridades sanitarias de la época, vigilantes en todo momento de que las tripulaciones de los barcos que llegaban a puerto la peste era una patología habitual no contagiaran enfermedades a la población. El embarcadero fue durante años el acceso natural a la isla.El profesor y cirujano Francisco Vázquez de Quevedo, en su publicación La Medicina en Cantabria, y la historiadora Elena Gil Aguirre, en su Catálogo Monumental del municipio de Marina de Cudeyo, coinciden en la preocupación que existía en aquella época por controlar los posibles focos infecciosos a los que se exponía una ciudad portuaria, en donde cargaban y descargaban barcos procedentes allende los mares, por lo que no era difícil el contagio de males tropicales o de otro tipo. Así las cosas, la Junta de Comercio de Santander inició, en 1834, los trámites para convertir a Pedrosa en un lazareto o lugar de cuarentena. Esta lengua de tierra anexa al pueblo de Pontejos, por donde tiene su entrada, se convirtió de esa manera en punto de interés sanitario.