La erección del obispado en 1754 fue clave para la concesión del título de ciudad un año más tarde
Natural de Tresabuela, fue confesor del rey Fernando VI
Confesor de Fernando VI entre 1747 y 1755, el religioso Francisco de Rávago jugó un papel decisivo en la concesión del título de ciudad a Santander. Próximo al marqués de Ensenada y José de Carvajal, su nombre está asociado a uno de los periodos de paz más prolongados que vivió España en el siglo XVIII.
La ciudad de Santander festeja este año el hecho de serlo, una celebración con pátina metafísica que recuerda cómo hace dos siglos y medio el rey Fernando VI estampaba su firma en un documento en virtud del cual la villa ascendía en el escalafón nominal. En un tiempo en el que la administración de lo terreno y lo sagrado compartían lecho, el otorgamiento del título de ciudad en 1755 vino a complementar la erección del obispado de Santander un año antes. En las maniobras que condujeron a la gestación de la nueva diócesis segregada del poderoso arzobispado de Burgos, jugaron un papel crucial Francisco de Rávago, confesor del monarca hispano, y el abate Miguel Antonio de la Gándara, agente de España en Roma y natural de Liendo. De los dos es Rávago quien ha alcanzado mayor celebridad, en buena medida porque es una figura clave para interpretar las complejas relaciones de la Corona y la influyente Compañía de Jesús en el siglo XVIII.
El padre Rávago nació en 1685 en el seno de una hidalga familia montañesa de la localidad de Tresabuela, en el valle de Polaciones. Se formó en centros regentados por los jesuitas, primero en San Ambrosio de Valladolid y después en el Real de Salamanca. Pasó en 1705 al noviciado de Villagarcía de Campos donde hizo votos. Su nombre aparece en el catálogo trienal de aquel año del colegio de Santiago de Compostela, incluido entre los estudiantes de los cursos de Filosofía. En 1719, hizo profesión religiosa de cuatro votos solemnes en la Compañía de Jesús y fue a sus cátedras de Gramática, Filosofía y Teología en los colegios de Palencia, Salamanca, San Ignacio de Valladolid, Romano y San Ambrosio de Valladolid. Finalmente, entre 1743 y 1746 figuró en los catálogos trienales del colegio de la compañía en Pontevedra.
En abril de 1747 sustituyó padre Le Fèvre en el puesto de confesor del rey Fernando VI, entrando a formar parte de un gobierno que integraban José de Carvajal y Lancaster, secretario de Estado, y el marqués de la Ensenada, Zenón Somadevilla Bengoechea, responsable de Hacienda, Guerra, Marina e Indias, impulsores de iniciativas modernizadoras y una política diplomática dirigida a evitar conflictos.
En el capítulo de logros, el religioso cántabro promovió, desde su posición al frente de la Biblioteca Nacional –puesto detentado tradicionalmente por los confesores regios–, algunas de las empresas intelectuales más importantes de la España del XVIII. Entre ellas los estudios históricos y de erudición del agustino Enrique Flórez de Setién –que dedicó a Rávago uno de los tomos de su España Sagrada– y los trabajos dirigidos por Andrés Marcos Burriel, jesuita que realizó un registro de los fondos de los archivos españoles, sacando a la luz una amplísima documentación. Así mismo, durante el ejercicio de Rávago fue concluido el Concordato con Roma (1753), acuerdo en cuya estela se enmarca la creación de la diócesis de Santander erigida canónicamente en virtud de la bula Romanux Pontifex.
En favor del nuevo obispado, el confesor real argumentaba que «aun las fuerzas de un ángel serían insuficientes para gobernar la Iglesia de Burgos», añadiendo cómo «la nueva erección es justísima, del servicio de Dios y beneficio de las almas (…). Porque el bien de la Iglesia no está en tener obispos ricos sino celosos y que conozcan bien sus rebaños y esto no puede ser en mitras muy grandes».
El paso de Rávago por la Corte fue, sin embargo, un periodo de tensiones. Su ambigüedad y poder terminaron por volverse en su contra, en un ambiente de hostilidad y competición abierta entre órdenes religiosas –rivalidad con los agustinos calificados por los jesuitas del entorno de Rávago de jansenistas– y encontronazos con el Papado y Portugal –merced a las Reducciones jesuíticas del Paraguay–.
En el año 1755, tras la muerte de Carvajal y la caída en desgracia del marqués de la Ensenada, fue cesado por propia voluntad, permaneciendo retirado de la vida pública hasta su muerte en 1763.