El año de 1855 fue trágico para la Montaña. Tanto la ciudad como la provincia padecieron una gran epidemia, del llamado cólera morbo asiático, y que ocasionó la muerte de miles de personas.
En ese año culminó la máxima virulencia de la enfermedad que ya se venía padeciendo
hacia tiempo.En la ciudad se inició en la parte sur y acabó en el Barrio de Cajo. Fue en la primavera de ese año cuando empezarían en la población a dejarse sentir signos de diarreas incoercibles y de las que, en mayor o menor grado, toda la gente padeció. En verano se agudizó el proceso y algunos tuvieron además vómitos, lo cual, junto a la intolerancia de los alimentos, llevó a la muerte primero a muchos lactantes, niños, embarazadas y hombres; con un cuadro que hoy se etiquetaría por deshidratación aguda con alteraciones electrolíticas.
La ciudad estaba parada, sin actividad comercial ni portuaria. Las industrias, talleres y lugares públicos, cerrados. Era tal la angustia de algunas gentes, que fallecieron, no ya de la enfermedad propiamente dicha, sino de la terapéutica privada que se aplicaron de alcohol y licores a dosis prohibidas, con la idea de cortar la diarrea, que, al parecer, conseguían.