En Santander del siglo XVIII, seis mesones daban albergue a los viajeros, caballerías y carruajes. Los mesoneros ofrecían otros servicios complementarios; así, uno de ellos era bastero (fabricante de albardas, llamadas bastos, que eran aparejos que llevaban las caballerías de carga); otro de los mesones, contaba con un taller de carpintería y en dos de ellos se ejercía la herrería con albeitar (cuidado sanitario de animales).
El vino se vendía en tres tabernas, alternándose con el “chacolí”, vino
ácido del país, producido por unas parras que no maduraban por la escasez de sol. La venta de aguardientes era permitida en dos locales, uno compartido por sastrería, mientras que el tabaco era despachado por un estanquero. Una abacería se encargaba del comercio con el aceite. Las nueve llamadas “industrias de recoger gentes” existentes, no eran otra cosa que lo que hoy conocemos por casas de huéspedes, convivían estas, con cuatro figones donde se guisaban y vendían alimentos.
El Linaje de los Riva-Herrera en la historia de Santander