Cuando el onceno de los Alfonsos, llamando a sí caballeros y mesnadas, órdenes militares y peonaje de villas y ciudades juntaba hueste a vista y en daño de la morisca Algeciras, dispuso que el abastecimiento y provisiones de su numeroso ejército se hicieran en los puertos de Cantabria, «et apercebióse de mandar a sus tesoreros», dice la Crónica, «que enviasen por mucha farina et por mucha cebada a Castiella;… et que lo ficiesen levar a los puertos de Castro, et de Laredo et de Santander el de Bermeo… et que lo troxiesen al real por mar.» Tan ventajosa era la cercanía, y tanto más fácil el acarreo, a pesar de las asperezas y temerosas fraguras de la cordillera cantábrica.
Años más tarde, en el de 1370, rey de Castilla Don Enrique, segundo de su nombre, aprestaba en esta bahía una escuadra, poniendo a su frente a Pero González de Agüero, caballero de Trasmiera y de aquel turbulento linaje tan famoso en las peleas y bandos de la tierra
Sitiaba el rey a Carmona, donde fortalecidos se defendían los hijos y parcíales de su desventurado hermano don Pedro. Teníanle tomado el Guadalquivir los portugueses, que ayudaban a los sitiados amenazando las espaldas del ejército real e impidiéndole el bastimento. Agüero y sus naves entraron por la barra de Sanlúcar favorecidos del viento y de la marea, y trabando pelea con las portuguesas, rindiendo a unas, desbaratando otras, o poniéndolas en fuga, limpiaron el río de enemigos hasta subir a Sevilla, asegurando la retaguardia y la victoria de Don Enrique.
Amós de Escalante, Costas y montañas