La puerta del claustro nos pone en la Rúa Mayor; años hace tenía esta calle fisonomía original y propia; pegado a los restos que aún subsisten del edificio colegial, se mostraba un casón antiguo, obra de nobles líneas, apellidado palacio; su edad, dos siglos, años más o menos; mis coetáneos recuerdan sus pesados cornisones, las macizas repisas cónicas de sus balcones semicirculares, el verdín tornasolado que marcaba a lo largo de la fachada las filtraciones de la lluvia y los penachos de yerba apoderados de sus impostas, donde chillaban escondidos los gorriones voraces.
Los ancianos de primeros del siglo lo conocieron vivienda de un magnate, el conde de Villafuertes89, vizconde del Tanaro, y en sus narraciones, doradas por el tiempo y el sol risueño y mágico de los días juveniles, es grato descubrir rastros de aquella vida de señor, monótona acaso, pero serena, y tan distinta de la vida presente. El palacio comunicaba con el claustro de la catedral, y cuentan los ancianos que durante el descanso establecido en las horas canónicas, los canónigos pasaban a la sala de billar del vecino y le acompañaban y se divertían con el taco, el tabaco y la taza de café, a que, a fuer de discreto, era aficionadísimo el conde.
Amós de Escalante, Costas y Montañas