La misión de las llamadoras era ir andando al domicilio de los pescadores a avisarles de la hora que tenían que bajar al barco para salir a la mar; el patrón fijaba la hora según la costera que fuera y según las condiciones del tiempo, teniendo muy en cuenta la subida y bajada del barómetro. Desde la calle, invierno y verano, las sufridas mujeres iban llamando a voces a los marineros con voz potente: “Fulano, a la mar..”, y solía contestar la parienta del dormido pescador: “Vaá…”, aunque en algunas ocasiones la respuesta era que no podía bajar porque estaba enfermo y se quedaba al repar de cabo culo, aunque también se usaba de pretexto cuando el pobre pescador había cogido medio abalorio con el tintorro. Las llamadoras cobraban media soldada del Monte Mayor y algunas también ejercían de muchachas del barco. Las más conocidas de mi época fueron mi abuela, la Sra. Anuncia, la Chapina de Carcachin, Petra la Morena, la Filo, la Toledana, la Marta, Lolis la de Torropi, La Cimiano
o La Ginia.
Kalín Ochoa, el Puertchico que yo conocí