La Ribera y Atarazanas eran probablemente los lugares de más carácter de todo Santander […]
Todas las plantas bajas de la Ribera estaban ocupadas por pequeños comercios, de telas principalmente, que colgaban de las puertas los retales de percal y tejidos de colores chillones que ofrecían al público.Aquello tenía un aspecto de zoco, que se afirmaba con el bullicio,algarabía y la suciedad de la plaza del Pescado, cuyos puestos se
hallaban instalados al aire libre. (Del Río, Memorias 23)
«A su entrada [de Atarazanas] hay un mercado que fue el antiguo Café del Brillante, donde los más famosos cantadores de flamenco y las mejores bailadoras trabajaban; un poco más allá está el mercado de pescados; a su paso notamos un fuerte olor a mar; fuera hay siempre unas cuantas mujeres pesando el pescado en el suelo, y en unas mesas bajas hay muchos capachos y cestos con langostas, amalluelas, percebes y caracoles, estos caracoles negros, que son tan feos y que metidos en vinagre se convierten en nácar y los pegan en las cajas de costura donde pone «Recuerdo de Santander» y las venden a los forasteros; también venden estas pescaderas los fantásticos caballos de mar, que se conservan como una curiosidad.
En unas estacas, atados de una cuerda para secar al sol, cuelgan largas colas de patas de pulpo, y en las tablas se pega una masa blanduzca de calamares, con un olor penetrante y muy agradable.