Los servidores del Príncipe durante su viaje por España, en el año de 1623, continúan describiendo Santander así:
En esta ciudad hay seis casas religiosas, además de un Colegio de Jesuitas y un convento de veintiséis monjas, a quienes vimos en diversas ocasiones y con quienes conversamos. Hacen delicadas cadenas de naranjas tiernas, que vendieron a algunos de nosotros. Parece que no tienen mucha prisa, porque están rollizas y gordas, pero no son guapas; la más pasable de entre ellas era una que descendía de parientes ingleses. Vimos el Colegio y la Iglesia de los Jesuitas, el cual (tal como parece) se ha levantado recientemente, habiendo sido construido hace doce meses; es un buen edificio de mármol tosco que ha costado veinte mil libras. Nos mostraron todas sus reliquias e ídolos, entre los que se encontraba “Garmat y su Strause” (?). Se turbaron mucho porque no nos arrodillamos, pero en otras casas (de religión) nos dieron libertad para hacer lo que nos placiera. Los Jesuitas nos depararon algunas afrentas de las que preferimos no darnos por enterados; nosotros les encontramos a ellos y su regla tan desagradables para los lugareños como para nosotros mismos, y si hubiéramos salido con alguna protesta, es cierto que nos hubiesen hecho alguna maldad. En toda una semana que estuvimos allí no vi ningún entierro, bautizo ni boda, aún siendo semana Santa, ni tampoco siquiera un fuego, una mujer preñada, ni un borracho.