Hacia 1627 las calles mal empedradas o simplemente «sorrapeadas a fuerza de azada, servían para que en ellas se jugara con demasiada frecuencia al juego montanés por exceleneia. Es posible que las boleras improvisadas impidieran el transito, más de una vez, de las carretas castellanas y montañesas, que traían
y llevaban mercancías al puerto, o que las discusiones de los jugadores fueran tan acaloradas, que turbaran la paz y sosicgo de la vida íntima y recogida de los santanderinos. Fueren éstas u otras las causas, lo cierto es que el juego de bolos se practicaba con asiduidad, con lucha en las calles y en todas las ocasiones propicias. Y para poner en orden la desorganizada vida urbana, los hombres de bien que regían la villa, se reunieron solemnemente, bajo la presidencia del alcalde mayor don Santos Villegas, y tomaron el acuerdo de prohibir jugar en calles, entregando el correspondiente bando al pregonero, para ser leido en los sitios de costumbre.Y el probo funcionario, con la pompa y gravedad de su
cargo, en voz alta y entonada, después de desenrollar pausadamente el manuscrito, leyó así:
“El Concejo de Santander, a 29 de junio de 1627, hubo de tamar este acuerdo:que se pregone que ninguna persona sea osada de jugar a los bolos en ninguna calle de la villa so pena de doscientos maravedís aplicados por tercera parte entre Juez, Villa y denunciante y que sean castigados con todo rigor”
Fermín Sánchez
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