Muchos cántabros alcanzaron el triunfo en México sin romper el vínculo con su tierra de procedencia
El Gran Café La Parroquia de Veracruz es uno de esos templos de culto por el que ha pasado lo más granado de la sociedad local y de todo México. Regentado por descendientes de montañeses, ha sido testigo del paso de muchos españoles que desembarcaban en la ciudad portuaria mexicana, con la ambición de prosperar en el país.
En la provincia de Veracruz se instaló el cántabro Tirso Gómez Pardo, que junto a su hermano Ceferino, residente en México DF, llegó casi adolescente en 1913 desde el valle de Soba. Pasaron a controlar negocios de aceite y café partiendo de una tienda de abarrotes, donde vendían comestibles y otros artículos como muchos de los cántabros que emigraron a México. La bonanza de los negocios de los dos hermanos atrajo a sus sobrinos Juan José, Eugenio e Higinio Gómez Sainz, que junto a sus primos han convertido el grupo familiar en todo un imperio empresarial en el país, donde controlan el 40% del mercado de aceite de consumo y son una potencia en la importación de piensos con más 90.000 puntos de venta.
Los Gómez Sainz son un ejemplo de los muchos cántabros -como tantos españoles- que emigraron a México para hacer las Américas y que, alcanzado el éxito, se asentaron allí sin romper los vínculos con su tierra de procedencia, a la que acuden con frecuencia. Son, aunque a ellos no les gusta que les denominen así porque quieren huir de la idea de “enriquecimiento fácil”, indianos modernos, dispuestos a prestar su colaboración en proyectos para el progreso de sus paisanos y fortalezcan sus lazos afectivos. Una costumbre arraigada en el siglo XIX que llenó de casonas Cantabria y gran parte del norte de España.
Tras los vaivenes que se suceden como consecuencia de los cambios políticos mexicanos, en el siglo XX se produce una última oleada de emigrantes. Es una corriente que se extiende por otras tierras del norte de España (como los gallegos Vázquez Raña, dueños de la cadena hotelera Camino Real, o el leonés Antonino Fernández, propietario del grupo cervecero Modelo que fundó el también leonés Valentín Díez) y que, en el caso de los emprendedores cántabros se asocia al sector comercial y al agroalimentario. Un ejemplo evidente es Cuétara, creada por emigrantes del valle cántabro de Liébana que, de vuelta a España, hacen crecer la empresa en Reinosa (ahora trasladada a Madrid) gracias a los beneficios mexicanos.
Y si los Gómez Sainz son los reyes del aceite, la familia Tricio es la reina del mercado lácteo mexicano, con el 50% de cuota a través del Grupo Lala, que da empleo a 25.000 personas. La empresa fue creada por Eduardo Tricio Gómez, nacido en Solórzano (Cantabria) y emigrado a México en 1953. Allí montó una granja de vacas y la firma Pasteurizados La Laguna. Ahora es su hijo, Eduardo Tricio Haro, de 39 años y casado con una sobrina de los Gómez Sainz, quien preside la sociedad.
También del valle de Soba era Ángel Losada Gómez, fundador del Grupo Gigante, un gigante en la distribución comercial. Losada llegó en 1923 a Veracruz con 15 años. Con 32, fundó La Comercial de Apan, en Hidalgo, distribuyendo abarrotes, semillas y cerveza. Gigante cuenta hoy con 260 establecimientos y da empleo a 33.000 personas. Ha extendido su presencia a Estados Unidos, Costa Rica, Guatemala y El Salvador y es su hijo Ángel Losada Moreno quien está al frente.
De la localidad de Ramales procede Otón Porres Bueno, presidente del Grupo Porres que fundara su padre Antonio Porres, que emigró con 17 años. La empresa, nacida en un almacén de abarrotes, posee el 4% de la producción de azúcar, posee la cuarta granja avícola y es uno de los principales exportadores de café soluble de México, con el 15% de la producción.
Más abarrotes. Fernando Guerra Mazorra proviene de una familia que creció con La Sevillana, empresa de importación fundada por su padre, el lebaniego Raúl Guerra. Preside Iresa, que cuenta con siete plantas frigoríficas con una capacidad de 150.000 metros cúbicos, considerada la planta más grande de Latinoamérica.
En una fábrica de jabones de Veracruz en la que entró para ocuparse de la contabilidad, puso el embrión de Intra Valentín Ruiz Obregón, que emigró con 14 años y que se casó con la hija del dueño. Valentín Ruiz Ortiz, hijo mayor de 12 hermanos, preside hoy un conglomerado de 20 empresas que se ramifican en diversos negocios como la construcción, la hostelería, los servicios, las finanzas, la agricultura y la ganadería, una vocación que guardan de sus antepasados de Toranzo y en la que también operan en Cantabria.
Manuel Abascal Sainz, director general de Minigrip, es otro de los activos empresarios oriundos. Natural de Villacarriedo, marchó a México tras la Guerra Civil y ahora es el rey de la etiqueta tras comenzar con pasta para sopa. El año pasado hizo 500 millones de etiquetas para Coca-Cola, Pepsi y diversas marcas de agua embotellada. En su labor de mecenazgo con su tierra adquirió el barroco palacio de Soñanes para convertirlo en un hotel de lujo.
Las viejas raíces de la emigración cántabra se encuentran también en el Grupo Arpapel, fundada por el santanderino Leopoldo Fernández Agudo, que ha dejado la gestión a sus descendientes. Aunque fundado en los cincuenta, se remonta al siglo XIX. Entre sus producciones destacan los sobres de papel. Genera 900 empleos directos y 1.000 indirectos con presencia en México, Perú y EE UU.
MIGUEL ÁNGEL NOCEDA / El País