1808:Una representación del Ayuntamiento de Santander visita a Jose I Rey de España, para que relevase á la ciudad del pago de 12 millones de reales que se la había impuesto de Contribución, o como castigo de los sucesos del 26 de Mayo.
Cuando ya en toda España se alzaban espadas, hoces y navajas contra la invasión del francés, en la tranquila, burguesa y comercial puebla santanderina, continuaba la siesta a la que el socaire de la bella bahía nos sigue teniendo acostumbrados.
Más he aquí que esta paz fue turbada por lo que se supone una escatológica anécdota, real y perfectamente documentada, y protagonizada por un niño que haciendo sus necesidades en plena calle desencadenó los hechos conducentes al alzamiento de los santanderinos contra el francés invasor. Se ha dicho más de una vez que la Guerra de la Independencia no fue una guerra entre dos estados ni tampoco una guerra civil. Fue, tal como señala Comellas en su Historia de España, la guerra de un pueblo, el español, contra un ejército, el francés. Y así como la chispa del 2 de Mayo en Madrid saltó desde el pueblo llano, del mismo modo se produjo nuestro 26 de mayo, aunque con tres semanas de retraso y menos gloria. Ciñéndonos a los hechos y tal como está relatado en la historia, -aquí nada nos podemos inventar- estalló la insurrección en Santander por un hecho tan liviano como «una simple riña entre un francés allí avecindado y el padre de un niño a quien aquel había reprendido». Así lo cuenta a finales del siglo XIX don Modesto de la Fuente en su ‘Historia General de España’. Una ampliación más detallada del incidente detonador la incluye don José Antonio del Río en su ‘Efemérides de la Provincia de Santander’, (1891) describiendo cómo «hallándose en la calle del Artillero un niño en actitud de ir a hacer sus necesidades en el momento en que pasaba por allí un francés apellidado Carreiron , éste le increpó: ¿Anda cochino, que pronto vendrán los que os enseñarán a ser limpios! Y al expresarse así le dio un ligero empellón. Hacer esto el francés, salir el padre del muchacho y pegarle una bofetada, acudir hombres, chicos y mujeres denostando a Carreiron e injuriándole, alborotarse el vecindario y empezar a gritar por todos los ámbitos, ¿Viva Fernando VII! ¿Muera Napoleón, ¿Muera Bessieres y mueran los franceses! Tocar generala los tambores y arrebato las campanas de todas las iglesias, fue cosa de un instante’. Era 26 de mayo. No se pasó a ningún francés a cuchillo ya que la guarnición del Provincial de Laredo acuartelada en el castillo de San Felipe lo impidió, pero el alzamiento era imparable y lo que sigue ya más conocido».
Se organizó una Junta Suprema de Defensa cuyo regente era en obispo Rafael Menéndez de Luarca y que designó general de las improvisadas fuerzas al coronel de los de Laredo don José Velarde. Luego se siguió la letra de la famosa arenga del exaltado obispo Rafael: «A pelear por la religión, por Dios, por Jesucristo, por el Rey, por la Patria, por el Pueblo, por la justicia y por vuestra seguridad, pues de lo contrario llegará vuestra perdición» (22 de mayo de 1808). Todo ello condujo a la organización del Batallón Cántabro que inicialmente comandado por el capital Juan Manuel Velarde y el propio obispo, no consiguió detener a los franceses en su travesía de Reinosa ni en el paso de Lantueno, siendo invadida la capital por las tropas del general Merle, que pernocta el 22 de junio en Torrelavega, teniendo lugar en los días siguientes la capitulación de Santander, oficiada por el alcalde comisionado del ‘Ayuntamiento Patricio Provisional’, don Bonifacio Rodríguez de la Guerra, en sustitución del Alcalde Mayor Julián Bringas, que junto al secretario y todos los concejales, excepto Peredo y Aja, habían puesto pies en polvorosa.
Es conveniente hacer notar que no eran escasos los franceses, en general comerciantes, avecindados en Santander y eran considerados y respetados por todos. El propio obispo Rafael dio acogida a doce sacerdotes franceses exiliados de la flamante república vecina y barcos franceses llegados de América en ésas fechas, lejos de ser apresados, disfrutaron de toda la ayuda para continuar su singladura hacia Francia, con su cargamento respetado.
En cuanto a Pablo Carreiron, que así se llamaba, era un francés que junto con su hermano Luis se empadronó en Santander a finales del siglo XVIII y ya en 1791, dos años antes de que rodara la cabeza de Luis XVI, fue investigado en Santander en un curioso proceso por posesión de libros y panfletos franceses revolucionarios. El expediente original se conserva en el Archivo Municipal de Santander en donde fue descubierto por Agustín Rodríguez Fernández y publicado en 1976 por el Centro de Estudios Montañeses. También Ramón Maruri en su magnífica biografía del obispo Menéndez de Luarca (1984), hace referencia a éste proceso ocurrido en los primeros años de estancia de Carreiron en Santander. Era entonces soltero y vivía en una calle del Muelle, asistido por una criada joven. Durante el proceso Carreiron se dio a la fuga, regresando con las aguas ya más calmadas. En la fecha de su incidente con el niño, Pablo Carreiron era un honorable ciudadano que vivía en una de las casas de la acera oeste de la Plaza Vieja, en compañía de su esposa doña Juana Fririri y de sus hijos Adriano y Juana. Del niño cagón nunca se supo, pero bien se merecería un repique de campanas todos los 26 de mayo. La Guerra de la Independencia fue la de un pueblo, el español, contra un ejército, el francés, y así como la chispa saltó el 2 de Mayo en Madrid desde el pueblo llano, del mismo modo se produjo en Santander el día 26
JOSÉ M.ª CUBRÍA MIRAPEIX