Antiguamente las calles adoptaban su denominación por imperativo de la voluntad popular y no por acuerdo oficial.
Una leyenda, un episodio cualquier.a que quedó grabado en la memoria secular, la residencia de un personaje o personajillo, la vecindad de una agrupación gremial (según sucedía en los tiempos góticos) determinaban un nombre perdurable que adquiría fuerza de derecho.
Aquí tenemos el ejemplo de una calle que participó por igual de la historia y de la leyenda. “Gutierre de Escalante”,
·Se llamó hasta que en 1814 le usurpó el derecho, ratificado por la voluntad de la propia autoridad municipal, por “de la Blanca”
La calle seguía, con alguna aproximación, la traza actual del tramo de San Francisco desde el Puente a la Plaza de
Velarde, si bien en un plano más elevado de nivel, a unos cinco metros aproximadamente de la actual rasante y formando un lomo que al llegar a la mitad de la vía, comenzaba a declinar y desde su confluencia con Tableros se
precipitaba por una costanilla a espaldas del edificio de la Aduana hasta la Plazuela del Príncipe. En el siglo XVIII
esa cuestecilla desembocaba en la Marina a través de la puerta del Cay. Es de 1304 el informe de un urbanista que
“consideraba preciso hacer obra allanando la calle que baja de la Blanca a don Gutierre, pegante a la Aduana”. El
testimonio es bien gráfico.
Desapareció totalmente la noche del 15 de febrero de 1941. Justo al cumplirse las doce, todo era una gigantesca
pira zarandeada por el huracán.