Hasta los años cuarenta de este siglo cuando se construyó el Barrio Pesquero, los mareantes habían sido una subcultura dentro de la cultura ciudadana, una gente pintoresca y simpática pero también indisciplinada, molesta y fuera de lugar ya dentro de una sociedad cada vez más uniforme y más burguesa.
Raza primitiva -escribía Amós de Escalante- no enervada por usos y modos nuevos, camina impasible a través de los siglos, sin enterarse de esas mudanzas, guardando las heredadas costumbres, sintiendo según no interrumpida tradición… Por eso en el concierto social disuena tanto su voz; por eso en cuanto les atañe prevalece ese
sabor ingenuo y antiguo que a los aturdidos o innovadores ofrece ocasión de burla o de reprensión… («La Montañesa» 366)
De “Los montañeses pintados por sí mismos”, de Salvador García Castañeda