En 1548, estaba estratégicamente situada la casa-torre, cercana y a la vez apartada de la villa amurallada. Sirvió de vigilancia en la Baja Edad Media, en pasadas épocas guerreras, cuando las luchas entre los linajes, llamadas de “banderí- as”, ensangrentaron las tierras norteñas. Desde la Torre de Pronillo se avistaba y se controlaban los ataques que tuvieran su procedencia tanto por el abierto y peligroso mar Cantábrico, como por la recogida bahía de la villa, y conectaba visualmente con la torre de la misma familia en el sitio de Hortigones en Peña Castillo, según Muñoz Jiménez y con otras como las de Liencres, Maliaño y las de la vía costera occidental. En la misma estrategia defensiva estarían las torres, algunas de su propiedad próximas a la ría de San Salvador. Entre otras propiedades familiares en la villa, se contaban una casona en la calle Ruamayor, construida en el S. XV, otra en la calle del Puente y otras dos, en la calle Santa Clara, probable origen del , palacio del que luego hablaremos. Pero tienen que transcurrir cuarenta años, para que la casa sea transformada en palacio, a manos de Fernando de la Riva Herrera y González Cossio, el tercer Riva Herrera de la saga familiar. Este Riva-Herrera al que recordaremos, como Renacentista, participa activamente en los cambios económicos y culturales que se producen en la villa de Santander y por ello es consciente de que en los tiempos que corren, ya no necesita como vivienda, la torre defensiva, herencia de sus mayores, sino un aposento de acuerdo con su posición y categoría. La Torre de Pronillo, es embellecida añadiéndola, ventanales, esquinales y otros conceptos que la hacen perder el criterio defensivo para ganar aires palaciegos, se añade un cuerpo horizontal, con fachada abierta con un pórtico de columnas en cuyo extremo estaba la capilla. Altas muros protegerán el palacio blasonado, formando y cerrando un patio, que permitiría hacer mas cómoda, privada y también segura la vida en el interior a los moradores y que serviría en algún momento de patio de armas, abierto por una sobria portalada de acceso en la que destacaba el escudo de armas. En la casa recibe el 21 de septiembre de 1588 a Don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, duodécimo señor y quinto marqués de Sanlúcar de Barrameda, noveno conde de Niebla y séptimo duque de Medina Sidonia, era el capitán general del mar océano, y los ciento veinticinco barcos y treinta mil hombres de la Armada estaban bajo su mando directo. Medina Sidonia, sin embargo, era un hombre de tierra adentro, sin ninguna experiencia previa acerca de la guerra marítima, habiendo recalado en nuestra bahía con lo que queda de la Armada Invencible. Medina Sidonia desde el palacio de Fernando de la Riba Herrera y González Cossio, el día 23, escribió al rey. Se cuenta que Felipe II, al leer la carta, dijo la famosa frase: “Yo mandé mis naves a luchar con los hombres, no con los elementos”. Casó este Riva-Herrera dos veces, la primera con María de Estrada y Manrique, de la cual no tiene descendencia. En el año 1616 contrae nuevo matrimonio, con María de Oquendo y Lasarte, fundando en 1618, con este motivo la capilla de Nuestra Señora del Rosario en la Catedral de Santander, donde aún se conserva el escudo de los dos linajes. En 1623, levantaron la ya desaparecida, capilla de la Concepción en el Convento de San Francisco, entonces extramuros. Es esta señora es la promotora del enriquecimiento del patrimonio cultural, ya que además de encargar la Capilla del Rosario de la Catedral, en donde yace, contrata a Fray Lorenzo de Jorganes para que lleve a cabo la fundación del Convento de la Santa Cruz de las Clarisas. El Palacio de Pronillo es testigo de la firma de la rendición de la Ciudad a los franceses, por mano Bonifacio Rodríguez de la Guerra, (alcalde de Santander desde 1808 hasta 1813), ante el general Merlé, que en 1808 ocupa el lugar con su puesto de mando. Ya en 1833, desde Pronillo, se otea el horizonte en espera de las tropas carlistas, saliendo desde aquí un batallón de voluntarios al mando del coronel Fermín de Iriarte, que ascendiendo por la margen del Pas, encuentra a los insurrectos en Vargas, venciéndoles en la famosa acción que cambio el curso de la guerra entre carlistas e isabelinos. La necesidad de sustituir un viejo puente de madera y el deseo de conmemorar con un arco la batalla de Vargas, primera victoria isabelina de las guerras carlistas y orgullo de los santanderinos, llevan a que en1839, en el clima de euforia liberal que aún se vive en la ciudad, se decida aunar ambos propósitos y construir una obra a la que en vez de puente “mas bien podría llamársele arco de triunfo”, con lo que la calle que por él pasa“se llamaría calle del Arco de Triunfo, o del Arco de Vargas”. Se ha restaurado recientemente para devolverle su aspecto original para convertirle en la sede de la Fundación Santander Creativa como el Enclave Pronillo . Texto, CDM María del Carmen, administradora de CANTABRIA Y SANTANDER EN EL RECUERDO